La frontera

Un domingo tranquilo

Rosalía Perera

Rosalía Perera

Los años. Casi una canción de María Dolores Pradera. Quizá también de Chavela. Con esa voz de me lo he bebido todo, el tiempo ha dejado heridas, huella. Cantan como miran la vida desde el balcón. Con una cierta distancia, con un dolor que ya duele menos, con una pasión que ya no quema. Apenas. Intento dejar, como ellas y tantas otras, mujeres sabias, la pena, la rabia, la impotencia, la angustia, como una hoja que flota en el agua, en el rio, que afortunadamente sigue su curso. La veo pero no la cojo, dejo que pase. Lo intento con todas mis fuerzas, resistiéndome y a la vez dejando de resistirme. Respiro. Mi hijo, que sabe más que yo de muchas cosas, me explicó cómo respirar. Tres veces. A mí no me bastan esas tres veces que él dice son suficientes para que el cerebro entienda que debe calmarse. A veces son treinta, trescientas y aun así. Me acabo aburriendo de mí misma, enredando mi mente en cualquier lista, tarea pendiente, miedos incluso imaginados, o sobre todo imaginados o me quedo dormida. No es mal remedio este último, porque el cuerpo descansado aletarga ‘los comecome’ de nuestro corazón. Eso me pasa con la política y con el domingo de elecciones. Que he aprendido a respirarla. Sonrió, con ternura, a la adolescente beligerante, a la discutidora, a la que se relamía ante un debate acalorado. Pero, hoy sé que eso ya no es para mí. Qué pereza. Qué inutilidad. Qué pérdida de energía y tiempo. Qué desgaste. Quien va a convencer a quien. Las banderolas desperdician papel, el dinero del contribuyente, se inmiscuyen en el horizonte y de nada valen. Todos estamos convencidos o tristemente no convencidos, quizá resignados, pero sabemos que opción es la menos mala, lo que no queremos, aunque esto no signifique querer del todo lo que votamos. Votamos personas, sobre todo en el entorno más cercano. Quien es un buen hombre o una magnifica mujer, quien es un buen gestor, quien tiene buenas ideas, iniciativas o buen fondo. Esa percepción es personalísima, subjetiva, y, en ocasiones, no concuerda con el partido que uno ha votado siempre. Pasó, al menos para mí, el tiempo del conflicto. Valoro más que nunca una buena conversación, el dialogo, los acuerdos nacidos de la tolerancia y el respeto, entre vecinos, amigos, familia, con diferencias que en lo político pueden parecer insalvables. Por eso voto sin algaradas, sin inquina, sin deseo de revancha, sin mirar de reojo al que llega con una papeleta de otro color de la mía, tranquila, pero contenta de poder hacerlo, sabiéndome priviligiada por poder hacerlo, pensando en los países en los que este gesto, que creemos sencillo, es solo una quimera.