A algunos les suena Navalcarnero porque aparece en indicadores de salida de la autovía a Madrid. Esta localidad situada a tan solo 31 kilómetros de la capital del reino no es una ciudad dormitorio, como muchos creíamos. Está cargada de historia y de historias. Tiene más de 500 años y merece la pena entrar para conocer su plaza mayor porticada, cuyas plantas superiores parecen estar a punto de desmoronarse. Al visitante seguro que le llama la atención no solo la esmerada plataforma única de sus calles interiores, sino la proliferación de esculturas, aquí, allá y acullá. No hay plaza, rincón ni rotonda que no estén decorados con una estatua o un grupo escultórico de gran tamaño y mayor impacto. La mayoría, tal vez todas, son de factura reciente, pues Navalcarnero tuvo un alcalde que se empeñó en convertir esta modalidad artística en seña de identidad de su pueblo, en honor a la cultura, decía. Ahí están, con estilos, contenidos y materiales de todo tipo. Existen representaciones dedicadas a oficios y tradiciones, como al labrador, al sereno, a los bailes regionales y a los encierros, que se celebran en septiembre. También a personajes históricos, que abundan en los orígenes de esta población, y a otros más recientes, como al primer alcalde de la democracia con un mamotreto en el que no faltan la urna y el pueblo votando. Se pueden ver creaciones de difícil definición, como la alegoría a la paz o al propio Navalcarnero. Un completo y ecléctico muestrario.

Las esculturas colocadas en los espacios públicos no solo son obras de arte en sí mismas, también existen y sirven de homenaje institucional o popular a hechos, expresiones o personajes reconocidos. Todas suelen tener un mensaje y, como manifestaciones artísticas, el resultado no es apreciado de la misma manera por quienes las observan. Ocurre en Badajoz, donde hay tantos expertos sin título que siempre creen estar en posesión de la verdad. Tan fácil como decir si te gusta o no y expresarlo sin acritud. Para gustos, estatuas.

Además de adornar un entorno urbano, las esculturas relatan historias y promocionan a sus protagonistas. Los tres poetas de la cabecera del puente de la Autonomía son más conocidos por vecinos y visitantes desde que en la rotonda luce la inmensa obra de Luis Martínez Giraldo, como ocurre con la de Godoy, del mismo autor. Para los portugueses que entran por Caya puede resultar gratificante que una gran estatua les abra los brazos en señal de bienvenida. Alguno digo yo que se percatará del mensaje de esta singular obra. Como también habrá quien se pregunte quién era José Moreno Nieto cuando pase por la plaza de Minayo o lamente el estado en que se encuentra Carolina Coronado, en el parque de Castelar, con lo bien que escribía, o admire al San Vicente Paul de Gamero Gil en Santo Domingo. Habrá quien incluso se sienta más acompañado en la plaza de la Soledad por Porrina al hacer un alto en el camino hacia la plaza Alta, donde Marín de Rodezno contempla su obra y se congratula de la recuperación de este entorno o se dirija hacia la Alcazaba y se tope con Ibn Marwan, el fundador reconocido y también más conocido por la obra de Estanislao García.

Un nuevo proyecto escultórico ha surgido en Badajoz por iniciativa popular. Ha nacido de un grupo de amigos. Con el apoyo del ayuntamiento, pero amigos, que en tan solo un mes han recaudado más de 19.000 euros por suscripción popular para dedicar al exalcalde, Miguel Celdrán, recientemente fallecido, una escultura que está modelando otro amigo. Hay quien discrepa de estas iniciativas. Pero es mucho más que mobiliario urbano o una propuesta artística. Será un homenaje, un recuerdo, una muestra de gratitud y de cariño de sus vecinos a quien fuese durante 18 años su alcalde, con mayoría absoluta, mayoría ciudadana. Cuando algo así sucede, no hay sombras que moldear, solo la que proyecte su figura a pie de calle.