Dejen que les cuente la historia de un raro. Los raros tienen la virtud de lo inexplicable y el defecto de la espontaneidad, aunque son tan raros que el orden de los factores no altera el producto. No dejan de ser muestras anecdóticas del paisaje urbano. Todos tenemos uno o varios raros en nuestra vida. Gente que no conoces, pero que no te deja en paz. Dejen que les cuente la historia de mi raro.

Regenta una pequeña tienda en mi barrio, no cerca de mi casa, pero sí en un lugar por donde suelo pasar a menudo caminando o en coche. Cierto es que la calle tiene algunas dificultades en el empedrado y se me escapan qué otras cuitas puedan estar alterando el ánimo de mi raro, pero un día descubrí que yo era, sin habernos jamás dirigido la palabra, el objeto de su frustración, queja y lamento. Pero no de manera sociable. Mi raro, cada vez que paso por las inmediaciones de su persona o negocio, esté solo o acompañado, vaya yo en coche o andando, levanta la voz, cambia de tema e inicia una larga parrafada llena de improperios, descalificaciones, insultos y palabras soeces.

Para que me entiendan: mi raro, en una frase de cinco palabras, utiliza una docena de insultos o semántica mal sonante contra mi persona. Al principio, iluso de mí, creí que eran los coches, la acumulación de gente, los contenedores cercanos, las moscas de enfrente, quién sabe si una rata despistada. Sin embargo, el tiempo y la actitud de mi raro me hizo elucubrar una teoría: creo que piensa que yo mando, que soy alcalde, concejal o alguien superior, pero mando, y alimenta no solo una actitud antisistema criticando el mando, la autoridad, al político, sino que, al mismo tiempo, expresa su disgusto por los desarreglos de su calle o su zona o la ciudad o España o el mundo. Y me ha convertido en el centro de su revés y de su ira. Se lo conté a algunas amistades, que no me creyeron, pero acompañándome en diversas ocasiones, comprobaron la surrealista situación, porque mi raro, ni viéndome acompañado, de señora o caballero, cierra su boca o dulcifica el insulto.

En más de una ocasión, nunca solo, claro, porque temo por mi integridad, pensé en darme la vuelta y sacarle del error. Soy periodista y no mando ni en mi casa. Es más, en el portal de mi calle hay desajustes en el acerado y en el asfaltado que parecen llevar allí desde la fundación de la ciudad.

Pero, me temo que mi raro ya ha decidido crucificarme y ya se sabe que los raros no atienden a razones.