Pues, perdonen la reincidencia y la redundancia, pero yo también deseo hablar de Casado, de nombre José María, Chema para los amigos, y, también, de Esther, esposa y compañera.

Ambos son, fueron, serán siempre la Librería Universitas. Ellos, con su esfuerzo y tesón, con su imperturbable voluntad por llevar los libros a la gente, por hacer que la gente se sintiera cómoda entre libros. He conocido en Badajoz librerías antológicas, superlativas, emocionantes, amistosas, resueltas y simpáticas como Colón, Zurbarán, aquella Diocesana incrustada en la iglesia de San Juan Bautista o La Alianza, del recordado Carlos Doncel. En todas ellas me he sentido bien porque un libro en las manos es un placer sin fecha de caducidad. Pero, ahora que Universitas nos deja en su sede de Ramón y Cajal, creo que es de justicia reconocer la labor de José María Casado y Esther, más allá -que ya es importante de por sí- por mantener un negocio que generara lo suficiente como para dar trabajo a otros y que ha consistido en dejarnos seducir por los libros. Universitas era un refugio, porque echando un vistazo a portadas, solapas e índices, nos dejábamos atrapar por universos distintos al que conformaba nuestra rutina, no siempre grata. Universitas era como una biblioteca, con miles de libros a nuestro alcance, donde podías pasar horas leyendo aquí y allá para decidir, en vez de sacar nuestra elección en préstamo, adquirirlo y tenerlo en casa hasta la eternidad. Una buena parte del alma de Universitas habita en mi casa, en sus estanterías y rincones, y allí me sobrevivirá.

Historias que me han conmovido, de las que he aprendido, viven conmigo, comparten mi hogar y su valor se complementa y agranda por el hecho de haber descubierto esas historias, esos libros en Universitas, una librería diferente, donde nadie te molestaba mientras tocabas y abrías los libros, donde nunca dejaron de atenderte como a un amigo. Casado tuvo la visión de una librería donde podías perder el tiempo, ganándolo, y, de paso, comprarte un libro. Casado tiene a Esther, tuvo a Angelito que, por desgracia, nos dejó, editó a ilustres como Delgado Valhondo, Álvarez Buiza o Pecellín Lancharro y logró, quién sabe sin darse cuenta, que sintiéramos tan nuestro su espacio, que lo echaremos de menos y, aunque ahora sea la Casa del Libro, ya no será lo mismo.