A los cristianos que vivían en territorio islámico se les suele llamar mozárabes -los que se arabizan-, pero ese es un término muy equívoco y muy manipulado por el nacionalismo ibérico. No solo español. Los árabes ignoraban lo que era un mozárabe. Sí sabían lo que era un dimmí: un protegido. Los judíos y los cristianos gozaban -se puede decir así- de ese estatuto especial, la dimma, por su condición de Gentes del Libro. Es decir, porque su religión formaba, y forma, parte de la tradición islámica. Ellos eran, según la creencia musulmana, las dos etapas anteriores a la revelación divina a Muhammad. Se los tenía en mejor consideración, al menos en teoría, que a los demás grupos de creyentes, si los había. Pero en realidad, fuera de excepciones, que podían escalar en la escala social, carecían de capacidad política y estaban en inferioridad jurídica. O conversión, o nada. Y esta actitud era extensible a los judíos.

A pesar de todo, y de un amplio conocimiento de la realidad histórica, ciertos estudiosos sublimaron el papel de esos llamados «mozárabes». Todo lo bueno de los árabes se debía a la tradición anterior. Nada habían aportado. Desde ese punto de vista tan básico, a fuer de argumentado, era fácil pasar a suponer que, por encima de la conquista, había habido continuidad ideológica e, incluso, étnica. La mayoría de los indígenas se habrían mantenido fieles a su fe y solo una minoría -los llamados muladíes- habría traicionado sus creencias. ¿Se acuerdan de haber escuchado llamar «renegado» a Ibn Marwan? El concepto de «reconquista» estaba servido. Se conquista lo que por derecho pertenece. Quien llevó esta teoría a su sublimación fue don Francisco Javier Simonet, catedrático de lengua árabe en la universidad de Granada. Su profesión garantizaba, para muchos, la calidad de su juicio y servía a la perfección a quienes, desde la política de cada momento, supieron, y saben, utilizar el mito de la España eterna y cristiana. Hubo también una rama arqueológica de la teoría, elaborada por don Manuel Gómez-Moreno, padre de la Arqueología Islámica española. De la llamada hispanomusulmana, para más abundamiento. Pero la historia no acaba ahí ni parece tener pinta de hacerlo.