Opinión | el embarcadero

Los pensamientos limitantes

Además de para alguna escapada a la playa o a la montaña, asistir a procesiones, quedar con amigos o tomar torrijas, estos días de Semana Santa, sobre todo si son ventosos y la lluvia hace acto de presencia como está ocurriendo este año, se prestan también a estar en casa y a parar. Desconectar ese piloto automático que parece obligarnos a seguir ejecutando acciones, una tras otra sin parar, incluso en vacaciones, es el mejor agasajo que podemos ofrecernos. El verdadero descanso nos regala la posibilidad de detener el ritmo y encontrar momentos para nosotros mismos. En la quietud hallamos el instante perfecto para la reflexión, para escapar de tantos pensamientos que inundan nuestra mente –unos sesenta mil de media al día, según algunos expertos– y que, aparte de ser fugaces, generan emoción, estado de ánimo, y nos hacen actuar de una u otra manera. ¿De cuántos somos conscientes? Muy probablemente de menos de los que creemos. Esa especie de ‘radio-mente’ la tenemos encendida todo el día, no somos capaces de apagar nuestro transistor interno. ¿A quién no le ha pasado que se ha enganchado a un pensamiento y ha seguido enredado así durante mucho tiempo? Por un malentendido con un amigo, por ejemplo. Los pensamientos ocupan espacio y gastan nuestra energía, son repetitivos y nos machacan; van como los monos, de rama en rama, nos recuerda la filosofía budista. Y es que la mente, como nos decía santa Teresa de Jesús, puede ser «la loca de la casa», con pensamientos obsesivos que nos impiden estar tranquilos. Tal vez no haya recetas mágicas para huir de forma rápida de los pensamientos limitantes pero el primer paso puede ser, al menos, ser conscientes de ellos, darse cuenta de que nuestra mente divaga. Y después recurrir a un calmante natural, como es el caso de la respiración plena, consciente, abdominal… Y también, por supuesto, a yoga o pilates. Todo ello para huir del autoboicot e incentivar en nosotros la automotivación. Por tanto, aprovechemos estas jornadas festivas para parar y hallar tiempo para el silencio. Uno para y repara, nos repiten los psicólogos, pero sigue estando mal visto detenerse y no hacer nada, forma parte de esa desquiciante lógica capitalista de producir más y más, de tener la agenda repleta de actividades y obligaciones, de ser útiles siempre. Sin duda se trata de un aprendizaje que todos, de alguna u otra manera, tenemos que ir asumiendo y poniendo en práctica, al igual que beneficiarnos de las muchas ventajas que nos origina el silencio, un bálsamo que nos permite descargar tensiones y recuperar la sensibilidad. A veces basta con dedicarnos unos minutos de paz mental para recobrar el equilibrio y abrirnos a nuevas experiencias, mientras tomamos una ducha o estamos sentados en un cómodo sillón. Lo principal, no lo olvidemos, es no hacer nada e intentar mantener a raya a nuestros pensamientos. Solo entonces el silencio y el sosiego acariciarán nuestros sentidos como una suave brisa marina.