Opinión | disidencias

Pasión

Lo que conocemos como la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, o sea, la Semana Santa, es una conmemoración y celebración que contiene una ceremonia que trasciende a lo religioso y que, incluso, en el ámbito de la religión, hay matices que conviene considerar porque ahí también se encuentran algunas diferencias. Por ejemplo, la Semana Santa no es igual en todos los países católicos, ni siquiera en todas las regiones de España se celebra de forma similar o con la misma intensidad. Más aún, hay discrepancias notables entre la liturgia católica y la protestante, aunque, en el fondo, en lo importante, todos estén de acuerdo. Es decir: Jesús, el Hijo de Dios, vino al mundo para morir en la cruz y expiar allí todos nuestros pecados para que fuera posible resucitar con él y alcanzar los cielos. Básicamente, lo expresado en el Evangelio de Juan, capitulo 3 y versículo 16. Luego, cuanto tiene que ver con las emociones, la devoción, la fe, el sentimiento o cualquier otro motivo que anida en el alma, que los escépticos, descreídos, ateos y otros en esos aledaños dicen que se aleja en la razón, pero a lo que los creyentes le confieren más razón y más sentido común que una fórmula de Einstein o un argumento de Sheldon Cooper. Uno es cofrade, nazareno o costalero por fe, pero, también por razones, por ejemplo, las que sugiere un abuelo o una madre, el recuerdo de la infancia perdida, el grupo de jóvenes de la iglesia o el campamento, la costumbre familiar, la respuesta a una promesa, en fin, detalles que nos llevan a salir en procesión o, sencillamente, observar con respeto desde fuera donde, por cierto, también se puede disfrutar del espléndido arte sacro o de la profundidad espiritual que sugieren saetas y marchas procesionales. Por tanto, despreciar, así, de entrada, a la Semana Santa, no solo es querer pasar por encima de siglos de historia y tradición sino, lo peor, querer exterminar de la vida pública y privada el sentimiento de individuos o pueblos. Semejante patulea debe pertenecer al grupo de los que ven a un nazareno y creen estar ante la Inquisición o al Klan o, como Tom Cruise, que se enreda en unas Fallas valencianes en medio de una procesión sevillana. Serrat con Machado o viceversa nos han proporcionado la más hermosa pieza musical jamás concebida que mostrar al Cristo crucificado, Velázquez en la pintura y directores de cine, desde el mudo hasta nuestros días, como Ardarin, Bardem, Forqué, Amadori, Camus, Rovira Beleta, Saura, Gil, Baños, Delgado, Lucia, de Orduña, Ana Mariscal, incluso Stanley Kramer u Orson Welles has llevado a las pantallas escenas de Semana Santa memorables, incluyendo alguno de ellos saetas comolas de Lola Cabello ('El relicario'), Joselito ('El pequeño ruiseñor'), Antoñita Moreno ('Mr. Arkadin'), Nati Mistral ('Currito de la Cruz' de 1949), Gracia de Triana ('Malvaloca' de 1942), Rocío Dúrcal ('Acompáñame'), Soledad Miranda ('Currito de la Cruz' de 1965), Adelfa Soto ('El alma de la copla' y 'La copla andaluza'), Concita Bautista ('Feria de Sevilla') y Carmen Sevilla ('El deseo y el amor') y Ana Mariscal ('Patio andaluz'), ambas dobladas, y Estrella Morente en el documental de Saura. El arte se rinde a la fe y la fe mueve pasiones que, curiosamente, la razón acaba dándoles sentido.