Opinión | Disidencias

Alcalde

Ayer, 4 de marzo, Miguel Celdrán, habría cumplido 84 años. Hace poco más de tres que nos dejó. Desde el advenimiento de los ayuntamientos democráticos, en 1979, han transcurrido 45 años y Miguel sirvió en el de nuestra ciudad casi la mitad de ellos, primero como concejal en la oposición y, más tarde, como primer edil. Mientras el futuro no lo corrija, pasará a la historia de Badajoz como su mejor alcalde porque ninguno, antes ni después, ha permanecido tanto tiempo en el cargo, nadie logró tantos votos, cariño, adhesiones y apoyos, porque tomó decisiones tan relevantes para la ciudad que hoy Badajoz sigue la estela de aquel camino que trazaron él y sus colaboradores y porque se marchó cuando él lo decidió. Miguel fue marista, universitario, futbolista, militar, extra de cine, perito industrial, perito tasador, profesor de autoescuela, viajante infatigable por la región, seguidor del Club Deportivo Badajoz, amante del baloncesto, cofrade, fundador, junto con otro puñado, pocos, de entusiastas, del carnaval contemporáneo, y romero de Bótoa y San Isidro, entre tantas cosas, cuando, con 51 años, fue elegido concejal en el Ayuntamiento de Badajoz. Cuatro años más tarde, y durante cinco legislaturas, fue designado para regir los designios de la ciudad. Esto quiere decir, de entrada, que llegó al ayuntamiento con su vida resuelta, con una familia construida, con una experiencia laboral y vital enorme y con una capacidad para socializar desarrollada gracias a sus cualidades de buen conversador y mejor entendedor y, especialmente, su inagotable deseo de aprender sobre todo y ese liderazgo innato solo al alcance de los mejores. Otros inventaron o se apropiaron del término, pero él fue toda su vida un activista de y por Badajoz, estando en todas partes y preocupándose porque Badajoz, su ciudad, fuese cada día a mejor. Durante su mandato, Badajoz vivió una transformación extraordinaria, tanto por su diseño como por su idea de ciudad. 

Cinco son los elementos que considero esenciales para definirlo como alcalde: 1. Sus cuatro años en la oposición que lo curtieron como político, lo fajaron como hábil negociador y orador y lo formaron en todas las áreas municipales y necesidades ciudadanas. 2. Su acierto para elegir compañeros de viaje y gestionar equipos, salvo excepciones siempre irremediables, sin estridencias, con rotundidad, con las dosis de afecto necesarias y saber decir no sin complejos. 3. Su inteligencia basada en el sentido común del que tanto hacía gala y su capacidad para llegar a la gente, para aprender cuando no sabía y para rectificar cuando era necesario. 4. La naturalidad del hombre sencillo, tranquilo, humano, humilde, divertido, cercano, sin aristas, sin altibajos, sin postureos, sin dobleces y con una energía envidiable. Y 5. Reunir en sí mismo las 5p’s que no se cansaba de repetir que debía tener un servidor público: pacense, no tanto por nacimiento como por sentimiento; político, como servicio y no profesión; popular, algo de lo que andaba sobrado por cómo le conocían por todas partes y cómo hacía amistades de inmediato; preparado, y cuando no sabía de algo (siempre supo más de lo que nos hacía creer), se dejaba asesorar y escuchaba como pocos; y propagandista, en el mejor sentido de la expresión, es decir, capaz de transmitir, de conectar, de emocionarse y empatizar. Le dolieron las pérdidas, aguantó traiciones, superó dificultades, administró con valentía y equilibrio, ejerció la autoridad con mesura y se alegró con el Badajoz que lo vio crecer y que ayudó a levantar.