Opinión | Disidencias

Perú

Dentro de poco, se celebran las elecciones en el País Vasco. Las previsiones son que las gane o pueda gobernar un partido que, en sus postulados y por la conducta de algunos de sus líderes, se le considera heredero político de aquella banda terrorista que dejó sembrada España de muertos y huérfanos, de exiliados y víctimas. Unos cuantos miserables jaleaban -y lo grababan en vídeo y lo difundían en las redes sociales- a otros, más miserables aún, que arremetían contra unos guardias civiles, acabando con la vida de dos de ellos y seguimos preguntándonos por qué de toda esta barbarie donde no falta la insensibilidad de quienes no prestan -más bien, restan- los medios para el combate y el consuelo para el dolor. Durante la fiesta del cine español, un multimillonario de verbo fácil y acostumbrado a situarnos siempre al borde de un ataque de nervios nos plantó un discurso demagogo y torticero donde, sin decir verdad, intentó convencernos de lo contrario, aun a sabiendas de que los datos mataban su relato. Y todo ello con el aplauso y la complacencia de cuantos allí lucían vestidos y joyas de alfombra roja y sin decir ni mu de lo acaecido en Barbate, dibujando a los hombres y mujeres del campo como empresarios y señoritos u orgullosos de que se nos gobierne a la carta desde Waterloo. Hay lugares en España donde se persigue hablar el español o donde no se le dan facilidades -que es otra manera de perseguirlo- y no reparan en si son adultos o niños a quienes convierten en víctimas en esta depuración lingüística. Hay personas, muchas, demasiadas, que creen correcto que haya ciudadanos de primera y de segunda, que no todos seamos iguales ante la ley, que unos pocos puedan ser perdonados o ni juzgados por presuntos delitos cometidos de forma pública y notoria, con aspavientos, violencia y soberbia mientras que otros hemos de aceptar esta anomalía en favor de una, dicen, reconciliación nacional, dando, por supuesto, que hay dos partes, dos bandos, dos lados y que la otra parte desea reconciliarse, en contra, por cierto, del discurso que reiteradamente repiten. Se estiran los mantras engañosos como si el chicle diera para tanto y ahí tenemos el revisionismo histórico como bandera, la memoria democrática como eufemismo, el leyendanegrismo como cajón de sastre y el colonialismo como la gran mentira asusta niños. Porque, mucho nos tememos, de eso se trata: de las elites tratándonos como a niños, de los juegos del hambre, o sea, una descarada ruptura de la sociedad, un atentado pop contra la convivencia, un buenismo con dentelladas de lobo y una peligrosa selección donde parecen estar ganando los peores. Ya sabíamos que el mundo no es un lugar apacible y teníamos muy claro que España es un país complejo, pero esta manía inédita de querer romper con todo no puede llevarnos a ninguna parte decente. Como Zavalita en las primeras líneas de la genial novela de Vargas Llosa ‘Conversación en La Catedral’ me pregunto, nos preguntamos: “¿En qué momento se había jodido el Perú?”, esto es, en qué momento se ha convertido España en una distopía saturada de zozobras, en una cloaca pestilente y sombría poblada de imbéciles dispuestos a que comulguemos con ruedas de molino? Insisto: ¿En qué momento se ha jodido España?