Opinión | Cotidianidades

Un miércoles en el barrio de Pardaleras

Igual que tenemos un médico de cabecera que cura el cuerpo, es aconsejable tener un bar de cabecera  

Un vaso de vino tinto y unas avellanas en el bar El Punto de Pardaleras.

Un vaso de vino tinto y unas avellanas en el bar El Punto de Pardaleras. / DAM

A principio de mes tuve un día de vacaciones, era miércoles. Salí a la calle para ver con quién me encontraba, sobre todo para ver la ciudad en un día de diario, para ver cómo vivía Badajoz durante esas horas en las que habitualmente estoy enclaustrado en un despacho realizando el oficio que tanto juego ha dado a la literatura como símbolo de mediocridad, y que según el columnismo histórico más laureado consiste en la pereza, en el ‘Vuelva usted mañana’. El artículo de Larra escrito sobre el año 1830 y que ha llegado hasta nuestros días intacto a pesar de lo mucho que han cambiado las cosas. Que daño ha hecho la literatura al funcionariado. Funcionario es una palabra que produce rechazo, una palabra que aunque se la quiera edulcorar no gusta a los que no lo son. Hay palabras difíciles de defender por muchas vueltas que intentes darle, como la palabra zorra. 

Salgo de casa sin prisas, sin rumbo, paso por mi bar de cabecera. Igual que tenemos un médico de cabecera que cura el cuerpo, es aconsejable tener un bar de cabecera, que en muchas ocasiones sana el alma. El bar de cabecera suele ser el que está más cerca de casa. El mío se llama El Punto, aunque yo lo conozco por el nombre del dueño, Miguel, o como El Emigrante, que fue el primer nombre que le pusieron cuando lo abrieron hace más de cuarenta años. Defiendo el bar como lugar de encuentro donde se relacionan los vecinos del barrio y de barrios cercanos, un lugar donde tienes un taburete como propio, un rincón favorito, una esquina para leer periódicos, revisar el móvil, escuchar a la gente. Bares de barrio donde muchos de ellos lo trabajan matrimonios. Uno atiende la cocina, otro la barra y entre los dos tratan a los clientes habituales como si fueran de familia: «prueba la tortilla de patatas que está como a ti te gusta». 

Café bar El Punto.

Café bar El Punto. / DAM

El bar no es el lugar donde la gente va para beber hasta emborracharse, el bar es un espacio de encuentro donde se habla de trabajo, de actualidad, de fútbol, de política, hasta de literatura si coincides con las personas adecuadas. En los pueblos, donde disminuye la población y los bares desaparecen, dan facilidades a nuevos propietarios para que permanezcan abiertos. Si un bar de barrio es necesario, un bar de pueblo es imprescindible para que se reúnan los vecinos, sepan unos de otros y por las tarde, en horas muertas, los pensionistas se jueguen el café al dominó, al tute o la cuatrola. 

Sigo caminando. Los días de diario son diferentes a los festivos, hay menos personas en la calle y las que hay van con prisa, llevan carteras o portátiles colgados del hombro, algunos van con traje y corbata, otros llevan puesto un mono de trabajo con el nombre de la empresa en la espalda o el pecho. Una mañana de diario puedes ir al gimnasio sin tener que esperar para utilizar los aparatos, puedes ir en bicicleta por el paseo del río sin necesidad de ir esquivando personas, perros o cacas. Un miércoles de febrero puedes pasear por la ciudad relajado, mientras los demás corren. 

Sigo caminando, paso por la Droguería ‘Meli’ y Julio me saluda con una sonrisa desde el escaparate donde está colocando jabones. Julio es de trato exquisito, educado y amable. Lleva trabajando en la tienda desde hace años, trata el negocio como propio aunque sea empleado, igual que Inma, que también lleva años en la Granja el Cruce de Juan Sebastián Elcano, donde la gente no solo va a comprar los huevos, la leche, los dulces o para informarse de las ofertas del día, también se quedan con Inma hablando, mientras ella sigue trabajando en una tienda que parece suya. Tiendas cercanas donde compra gente del barrio, personas que se han ido haciendo mayores. Clientes fieles que prefieren comprar en la tienda de siempre. 

Inma, de Granja El Cruce de Juan Sebastián Elcano.

Inma, de Granja El Cruce de Juan Sebastián Elcano. / DAM

En la calle de atrás, a la que se accede por dos pasajes pintados de grafitis, en uno de ellos estaba la panadería Rosan, que cerró por jubilación y no la han vuelto abrir, un pasaje que llega hasta La Maya, una calle donde estaba la pescadería de Pepe, y el bar Salvatierra también cerrados y donde solo sobrevive el ultramarino de Inmaculada. Lo llevan tres hermanos, además de leche, garbanzos, naranjas y pollo le dan a la gente cariño y conversación, llevan la compra a casa de los más necesitados, llaman a la gente por su nombre y si quieren se quedan un rato hablando. Hay muchos mayores que viven solos y la tienda del barrio es el único contacto que tienen con el exterior antes de encerrarse en sus casas. 

Un barrio en un rincón de Pardaleras que ha ido envejeciendo y donde su gente ha ido cambiando la bañera por el plato de ducha y ahora están gestionando cómo poner una plataforma en el bloque para superar los seis o siete escalones que hay para subir desde la entrada al ascensor. Sigo andando en mi día de vacaciones. Entro en el MEIAC, Me gusta de vez en cuando volver para ver a Barjola y Godofredo Ortega y Muñoz… pero se me ha hecho tarde y de esto escribiré ya otro día.