Opinión | disidencias

Carpas

Desde 1981, cuando unos pocos aventureros se echaron a la calle -en el mes de marzo, después de un intento de golpe de Estado en febrero, con la advertencia del gobernador civil de que no le parecía buena idea semejante atrevimiento-, el Carnaval de Badajoz ha vivido, también, como todo en la vida, cambios. De la fiesta del carnaval contemporáneo, porque en los siglos XIX y principios del XX, los bailes de salón -el López de Ayala, entre ellos, aunque el del Casino tuvo el privilegio de ser el primero que se grabara por aquella máquina infernal llamada cinematógrafo y a través de la cual Fernando Garrorena logró que Badajoz se viera por primera vez en la gran pantalla,como cuenta el periódico La Región Extremeña del 3 de marzo de 1900- eran la gran atracción. Por ejemplo, hay artefactos, pero no hay coros; hay grupos menores y no solo comparsas. Las murgas, probablemente, sean quienes más han tenido que sufrir en esa evolución puesto que comenzaron cantando en el Teatro Menacho (la última vez, en 1992) hasta recalar en el Teatro López de Ayala (en 2001, por primera vez, ganando El nombre da igual). En aquellas dos décadas, las murgas hicieron mudanzas y mucha calle. En los años 93, 94 y 95, se subieron al improvisado escenario del Pabellón Extremadura de La Granadilla. No en las mejores condiciones de sonido, aunque sí con muy buena asistencia de público, que no fue suficiente para que alguna abandonara el concurso. En los años 96 (Guatinay), 97 (Marwan) y 98 (Perigallos), y ante los inconvenientes de La Granadilla -entre otras cosas, sacar del centro de la ciudad uno de los platos fuertes de la fiesta- el Ayuntamiento propuso que el concurso se celebrara en una carpa dispuesta en lo que entonces se denominaba “el lejío de los chinatos”, anteriormente había sido el cuartel de Menacho y hoy es la plaza de Conquistadores donde se eleva majestuoso el edificio de El corte Inglés. En aquel lejío, usado como aparcamiento durante el resto del año, una carpa para casi tres mil personas se alzaba con cierta majestuosidad en una zona que, por aquella época, era el epicentro del carnaval por excelencia. Unos cañones de aire caliente mantenían la temperatura en su interior, los medios de comunicación se sentaban con mesas delante en la primera fila y, por supuesto no existía para el público la sensación de anfiteatro actual. En el año 99 (Taways), con el centro comercial en plena obra (se inauguró en octubre), la carpa se trasladó a la Memoria de Menacho, donde no existía el parque actual, regresando de nuevo a Conquistadores, pero ya en otra ubicación en el año 2000 (Taways). Tantos años después de itinerancia, en 2001, el Teatro López de Ayala, tan ligado a la historia de Badajoz -y que a punto estuvo de desaparecer tanto en la guerra civil como a primeros de los años ochenta, cuando el Ayuntamiento tuvo que adquirir su propiedad-, el mismo teatro que albergó décadas atrás tantos bailes de carnaval y domingos de piñata, se convertirá en sede permanente de murgas y testigo dela diversión en San Atón y San Francisco. No es el Falla de Cádiz, ni tampoco aspiramos a ello, pero es nuestro López de Ayala, testigo vivo de la historia de Badajoz y su fiesta más que centenaria.