Opinión | disidencias

Rutinas

La semana pasada inicie la serie de revisiones médicas anuales, seis, por ahora, que se dice pronto, a las que me someto con gusto dada mi aprensión de manual por la que siento un gran respeto. Aprovechando mi asistencia a la Feria Internacional de Turismo, a la que acudo desde 1992, tuve la oportunidad de saludar a los que saludo cada año, no todos desde aquella lejana fecha, pero a ellos y a los que se han ido incorporando, para decirnos lo que más o menos nos decimos en cada edición. El otro día uno al que le pregunté cómo estaba tuvo la mala educación de contármelo y, ya se sabe, en estos casos no dejan ningún detalle atrás y si ven, por casualidad, que intentas zafarte de su conversación, te realizan un placaje que impide cualquier movimiento evasivo. Me encontré con un amigo que me dijo que estaba más delgado y, pensando que era un halago, rápidamente añadió que si me encontraba bien. Otro, al día siguiente, éste no era amigo y, si lo era, desde luego ya ha dejado de serlo, me sugirió que me veía más gordo y, supongo que para debilitar mi ánimo, añadió que, también, se me veía el cartón, expresión que, por otro lado, detesto por vulgar, ordinaria, zafia y miserable, porque a mí jamás se me ha visto el cartón puesto que lo que tengo es un cerebro privilegiado y cuando me permito tener menos pelo en la cabeza es para que los demás, como el sujeto en cuestión, puedan ver mejor mis ideas y conocimientos y así aprendan un poco, que falta les hace. Ya llegaron los recibos de la Visa y de El Corte Inglés de los gastos navideños. El seguro de los muertos me ha escrito para decirme que me sube el recibo. Seguro que no es el único. Se celebró el pregón de Las Candelas de Santa Marina y me acordé que a mí me tocó el honor allá por el 2013. Creo que hablé de un barrio al que considero mi patria puesto que allí viví mi infancia, adolescencia y juventud. Sí, tuve que hacer alguna referencia a Las Candelas y al carnaval, con algo de pesar, que no soy yo carnavalero, por mucho que haya sido su embajador allá por las islas Canarias, hace ya casi veinte años, que se dice pronto. Fui todo un profesional. Como cuando he hablado o escrito de la Semana Santa, que ya están asomando los pasos. Me he comprado un pantalón, dos camisas y cinco calcetines en las rebajas. Estoy deseando que llegue el verano, ya empieza a hacérseme bola tanto invierno, tanta lluvia y tanto frío, humedad y nieblas. Volé desde Madrid a Badajoz en mi primer vuelo del año y no hacía más que pensar en La sociedad de la nieve, película que nos ha dejado tocados a todos y si no has visto, ya estás tardando. Estoy con cuatro libros y sigo con mis maratones de cine y series. Telediarios no veo. Las noticias han dejado de interesarme. Continúan mis paseos por los parques del Guadiana, donde siguen los perros sueltos, los gansos a sus anchas y algunos tipos invadiendo mi derecha. Alguien el otro día me ha preguntado que cuándo me jubilo. Ya son dos los que quieren jubilarme. Sin saber mi edad. Hay gente que no tienen vida propia. Cuando llega una enfermedad, un ingreso hospitalario, la pérdida de un trabajo, una ruptura amorosa, tantas cosas, se alteran nuestras rutinas. Benedetti escribe en su novela La tregua: «Hoy fue un día feliz. Solo rutina». Las benditas rutinas. Que nunca nos falten. Son las que nos sostienen en el alambre de la vida.

*Periodista