Opinión | EL CHINERO

Salvador vuelve a casa

Como siga pasando el tiempo llegará el día en el que las víctimas no tendrán familiares vivos que las busquen

Los restos de Salvador Del Amo ya están en el cementerio Viejo de Badajoz.

Los restos de Salvador Del Amo ya están en el cementerio Viejo de Badajoz. / S. GARCÍA

Dionisia murió sin saber dónde estaba enterrado su marido, Salvador Del Amo. Una noche, recién terminada la Guerra Civil en abril de 1939, lo arrestaron en Villagonzalo, lo condenaron por rebelión, lo encarcelaron y lo enviaron a la prisión de Orduña, en Vizcaya, donde falleció a los pocos meses, en 1941, por las condiciones infrahumanas de la cárcel franquista. Los restos de Salvador no estaban perdidos, ya que todos los condenados que llegaban a este penal eran empadronados en Orduña, existen listados en los libros de registro del cementerio y además en la fosa común donde eran depositados estaban ordenados. No ha sido difícil identificar y recuperar a Salvador, gracias al empeño del ayuntamiento y del gobierno vasco, que han dado los pasos para encontrar a sus descendientes y comprobar su identidad con muestras de ADN.

 82 años después de su fallecimiento lejos del hogar del que fue arrebatado por su forma de pensar, Salvador descansa en el lugar que su familia ha elegido, cerca de los suyos, con su mujer, que murió sin saber dónde estaba enterrado su marido.

Ésta es una historia de dignidad y de respeto a los derechos humanos que debería carecer de ideología. Cualquier descendiente de personas desaparecidas durante la Guerra Civil o la dictadura querría saber dónde están los restos de sus familiares para darles una digna sepultura en un lugar en el que poder visitarlos, cerca de los suyos, donde perviva su recuerdo, no en el anonimato de una fosa común. Cualquiera, independientemente de su ideología. Aunque, por razones injustificables, una parte de la sociedad rechaza el movimiento de recuperación de la memoria con el falaz argumento de que se basa en una interpretación unilateral de la historia, que supone reabrir viejas heridas y reeditar la división entre bandos. Rechazan remover el pasado para mirar hacia adelante, con miedo a tropezar si echan la vista atrás. Pero son heridas que nunca se han cerrado y que no cicatrizarán hasta que todos los muertos, todos, descansen en el lugar que elijan los suyos, no el que le asignaron sus verdugos.

Ese afán de búsqueda no puede ser ideológico, a pesar de que muchos así lo vean entre el espectro de partidos que conforman los órganos de representación política, donde los escaños que la derecha ocupa se remueven ante cualquier avance que suponga no dar carpetazo a la memoria histórica. Una memoria que se ha convertido en moneda de cambio para conformar gobiernos. Una memoria que debería ser colectiva. De todos.

A la inhumación de los restos de Salvador en el cementerio de San Juan de Badajoz acudieron, además de sus familiares, con sus amigos, el delegado del Gobierno en Extremadura, del PSOE, el portavoz municipal del PSOE y otros representantes de Izquierda Unida y de CCOO. Ninguno de las instituciones gobernadas por el PP, en este caso del ayuntamiento. La historia de Salvador bien merecía la presencia de algún miembro de la corporación municipal, pues la familia Del Amo vive aquí, de Badajoz, y a Badajoz ha traído los restos del abuelo, para que descansen en el mismo nicho donde está su mujer, en el cementerio Viejo. Como bien se dijo en el sencillo acto con motivo de la inhumación de Salvador, no se trata de despertar rencores sino cumplir una ley universal como es la de enterrar a los muertos. No hay rencor ni venganza en esta historia. Podría haberlos, porque Salvador no tuvo un juicio justo ni una muerte justa. Su lucha es una lucha por la dignidad humana. La pena es que si dejamos pasar más tiempo con el falso argumento de no despertar rencores y odios, llegará el día en que muchas de las víctimas no tendrán familiares vivos que reclamen su búsqueda.