Opinión | EL CHINERO

Caer de pie

La elección de Cavacasillas para convertirlo en diputado nacional no es por méritos contrastados -como dice Gragera- sino un premio a su obediencia, una compensación por haber sabido acatar sin protestar

Antonio Cavacasillas en el último pleno de la legislatura pasada.

Antonio Cavacasillas en el último pleno de la legislatura pasada. / SANTIAGO GARCIA VILLEGAS

Con la altura que tiene siempre cae de pie. Caer de pie es tener suerte, merecida o no. La suerte es suerte y, si hay que merecerla, más que suerte es justicia. El concejal popular Antonio Cavacasillas, cuya experiencia en política activa se limita a su paso por el Ayuntamiento de Badajoz durante el mandato que ha terminado hace un rato, acaba de ser elegido por su partido para encabezar la candidatura al Congreso de los Diputados por la provincia pacense. Cavacasillas será diputado nacional. Nadie en el PP ha expresado los motivos que sustentan esta elección. Nunca se explican. Se eligen y se dan por bien elegidos. No se justifican las razones por las que un partido designa los nombres más idóneos para representar a los ciudadanos en la Cámara Baja, que es donde se toman las decisiones más importantes que atañen al devenir del país.

El alcalde de Badajoz, Ignacio Gragera, ex de Ciudadanos y usurpador de la candidatura a la alcaldía a la que aspiraba Cavacasillas, tiene claros los motivos por los cuales el PP ha decidido que sea diputado nacional su segundo de a bordo. Para el renovado alcalde, que el PP haya optado por Cavacasillas para encabezar la candidatura al Congreso es «un reconocimiento al trabajo bien hecho». Eso comentó, al tiempo que le daba la enhorabuena. Para el propio Cavacasillas no deja de ser un salto de calidad en su fulgurante aunque escueta carrera política. Por supuesto que es un reconocimiento y nadie duda de que el todavía concejal trabaja bien y mucho. En todas las concejalías que ha asumido ha dado muestras de ser un político entregado e implicado. En todas las que ha ido asumiendo, de una a otra, en función del interés del momento. Estuvo en Cultura y puso todo su empeño, hasta que por una vacante inesperada entró de nuevo en la corporación municipal Paloma Morcillo y lo quitaron a él para que ella recuperase las áreas de las que siempre se había hecho cargo. Cavacasillas no se quejó. Asumió -como hace siempre- los cambios con buena cara y mejor talante. Siempre a disposición del partido, como dicen los que tienen partido.

Que nadie se llame a engaño: la elección de Cavacasillas para convertirlo en diputado nacional no es por méritos contrastados -como dice Gragera- sino un premio a su obediencia, una compensación por haber sabido acatar sin protestar, una cesta de Navidad por asumir sin quejarse y una paleta ibérica por haber aceptado dar un paso al lado para que su puesto lo ocupase quien durante meses negó la traición. Tanto la negó que el pobre Cavacasillas insistió públicamente en que el PP no necesitaba a nadie de fuera para ser candidato a la alcaldía. Tan crédulo fue. A pesar de que nunca llegó a confirmar que era él el alcaldable, a la espera de que Madrid lo ratificase. No lo decía pero lo pensaba. Todo el mundo lo pensaba. Todos, no. Cavacasillas se dejó querer por la nueva dirección provincial del partido. Permitió que lo nombrasen coordinador local, un cargo que hasta entonces no existía. Asumió la concejalía de Juventud y después la portavocía del grupo municipal del PP. Todas en aras de un mayor protagonismo y proyección mediática de cara a posicionarse en la carrera electoral. Cavacasillas dejó hacer, a pesar de que Madrid seguía sin darle la bendición. No contaba con que en Madrid le darían la extremaunción.

Cavacasillas ha sido un hombre de partido, leal, que ha acatado cuanto le ha ido viniendo, desplante tras desplante

Pero en Génova no podían ser tan crueles. Cavacasillas ha sido un hombre de partido, leal, que ha acatado cuanto le ha ido viniendo, desplante tras desplante. Este comportamiento debía tener su recompensa. A pesar de que los rumores apuntaban a que sería diputado regional, bastaba con que el PSOE los diese por válidos para que el PP desacreditase a los socialistas. Cavacasillas no se iba a quedar en el ayuntamiento a la sombra de Gragera, tras desprenderse de los compañeros del grupo popular que dudaron de sus méritos. Quienes cuestionaron su liderazgo ahora observan desde abajo cómo ha podido llegar tan alto después de tantas caídas.

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