Opinión | El embarcadero

Las invisibles

Arrastra el pesado carro impulsada por no sabe muy bien qué. Es incapaz de entender de dónde saca las fuerzas para soportar una jornada más. Un dolor persistente le parte las espaldas y hacer cualquier giro le recuerda que hoy no se tomó alguna de las pastillas que guarda en su bolsillo para sobrellevar las consecuencias de una carga de trabajo insufrible. La moqueta se convierte en su ecosistema diario y el recurrente mensaje «Please do not disturb» le indica cuándo puede y cuándo no acceder a una habitación. Acerca su tarjeta-llave al lector y entra en una. Está harta de que se repita la misma historia: toallas llenas de maquillaje tiradas en el suelo, pegotes de papel higiénico por toda la estancia y restos hasta en la cama, entre otros residuos como botellas o distintos envases, como el de una pizza con varias porciones mordisqueadas. Hoy se encuentra incluso un preservativo usado en el suelo. «¿Es esto normal?», se pregunta, al tiempo que toma nota para comunicárselo a la gobernanta. Con su notificación esos individuos, que han pasado solo dos noches en el hotel, no podrán alojarse allí otra vez. A ella le da un poco igual. Regresa la falta de civismo y educación, se dice a sí misma. De nuevo, tiene que aguantar la respiración, las ganas de vomitar y, con diligencia, arreglar lo antes posible todo. El tiempo apremia. Ella es una de las autodenominadas ‘kellys’. Muchas llegan a limpiar unas 30 habitaciones al día, que al cliente le puede costar cada una hasta 300 euros y que ellas cobran solo dos euros y medio. Si bien la reforma laboral del actual gobierno les dio más seguridad y alcanzaron ciertas mejoras gracias a sus protestas, su precariedad y eventualidad les siguen confiriendo una gran vulnerabilidad. Esta semana se ha estrenado una serie en la plataforma SkyShowtime, titulada ‘Las invisibles’, que relata sus quehaceres. Lolita, María Pujalte, Elena Irureta y Yoshira Escárrega son las actrices que encarnan a estas profesionales, a las que se les pide que sean discretas, silenciosas y rápidas pero hacia las que, en numerosas ocasiones, los clientes no tienen una buena mirada, un gesto de agradecimiento o no realizan algo básico: dejar la habitación en condiciones dignas para que su esfuerzo de trabajo sea menor. Ya saben, este verano, en sus vacaciones, cuando se crucen con ellas por el pasillo, reconozcan, valoren y respeten su labor. No son las criadas de nadie. Sin ellas no existirían ni los hoteles ni el turismo.