La historia de la fundación de Batalyaws, es decir del definitivo asentamiento de Abd al-Rahman al-Yilliqi en el emplazamiento acordado con Qurtuba, resultó más compleja de lo relatado habitualmente. Y no está tan claro que el dirigente musulmán tuviera la idea inicial de crear una ciudad nueva. A lo sumo un refugio temporal, con la intención de volver a Marida. A tenor de lo reflejado en los textos árabes -insisto, tardíos y parciales- todos los sucesos acaecidos después del teórico establecimiento aquí transcurrieron durante los reinados de cuatro soberanos omeyas: Muhammad I, al-Munzir, AbdAllah y los primeros años de Abd al Rahman III, cuando éste aún no se había proclamado Príncipe de los Creyentes. Poco después del 875, fecha aceptada de la fundación, se registraron dos campañas contra la nueva población, fuese como fuese y estuviera fortificada o no. Una, en el mismo 875/6 y en 884/5, la otra. En este caso se menciona su destrucción e incendio por las tropas del todavía príncipe heredero al-Munzir. En 888/9 el efímero emir -gobernó muy poco tiempo- lo confirmó, en el marco del mismo tira y afloja, como señor de la nueva plaza. Y, con bastante seguridad, quien firmó la «amnistía definitiva» fuera su sucesor AbdAllah. Por esas fechas el rebelde hubo de pasar a mejor vida. No le dio tiempo a disfrutar mucho de su obra.

Excuso decir que la arqueología no ha aportado ninguna información relevante, capaz de dar respuesta a las muchas interrogantes abiertas durante el desarrollo de este proceso histórico. Raramente lo hace cuando se trata de asuntos políticos. Quizás el tiempo y nuevas investigaciones serias, en la Alcazaba o en el área más antigua de la ciudad, lo hagan. Bastará con que las excavaciones que menudean, menos de lo aceptable, busquen no solo mantener la cara de las administraciones, sino hacer un trabajo científico real. Es una pena, pero las restauraciones en los lienzos que limitan el jardín de La Galera no tocaran fondo arqueológico y fueron incapaces de solucionarnos algún problema concreto. Fuera, claro, de las inevitables declaraciones a la prensa, con el arqueólogo en papel de secundario, que sin publicación acreditada son brindis al Sol. En fin.