En un año en política puede pasar de todo. Es una cantinela que por repetida no pierde vigencia. Dentro de un año se habrán celebrado elecciones municipales y en Badajoz es difícil predecir el resultado, por muchas encuestas que encarguen los partidos, de la que cada uno hace lecturas a su favor.

Un año ha pasado desde que el actual alcalde de Badajoz, Ignacio Gragera, tomó posesión del bastón de mando y menos de un año le queda por delante para afianzarse y definir su estrategia si es verdad que quiere seguir siendo alcalde. Por Ciudadanos es muy complicado que lo sea. Complicado pero no imposible. Tampoco parecía posible cuando se presentó a las elecciones municipales de 2019 y ahí está: alcalde con tan solo 4 concejales de 27. Gracias a un pacto con el PP para repartirse la alcaldía. Cs eligió la segunda parte de la legislatura, cuyas imágenes son las que quedarán en la retina del votante. Todo ello sin soportar la deshonra de despedirte del ayuntamiento a mitad de mandato, aun teniendo muchos más concejales que el suplente y con un futuro político incierto. Es lo que le ocurrió a Francisco Javier Fragoso. Ahí los populares no estuvieron finos y, sin embargo, los naranjas, con mucha menos experiencia política pero más afán de protagonismo, se afianzaron en sus posiciones e impusieron sus condiciones. Nosotros queremos la alcaldía los dos últimos años, reclamaron. La lograron. Tenían la sartén, la cacerola y toda la batería de cocina por el mango, porque además sabían que si el PP no aceptaba, había otros esperando observando por la mirilla: los socialistas estaban también dispuestos a cederles dos años de alcaldía.

Con este historial, no es de extrañar que Gragera sueñe con seguir siendo alcalde «muchos años». Ha demostrado que puede serlo con una mínima representación municipal. Está por ver si volverá a presentarse por la formación naranja, porque eso ya no depende de él. El partido que fundó Albert Rivera -junto a otros pocos dimisionarios- está en su peor momento. Conociendo su triste trayectoria, esta afirmación puede ser hasta arriesgada, por la posibilidad de que viva momentos aún peores. Sea como fuere, es difícil que estas siglas sobrevivan mucho tiempo en su actual formato e imposible que en los próximas citas electorales remonten. Gragera insiste en que seguirá siendo el candidato del partido por el que se presentó cuando aún era un novato en las lides políticas. De experiencia cero a cabeza de lista y de candidato novel a gobernar, todo fue uno. Por eso no es de extrañar que se atreva a afirmar sin pudor que quiere seguir siendo alcalde muchos años más, porque en peores predicciones se ha visto y ha salido más airoso de lo que nunca se habría atrevido a augurar. 

Soplan vientos a favor del PP y los populares saben que no pueden perder la ocasión de hinchar las velas. Pero aún no tienen una embarcación que les asegure una travesía segura. Las buenas intenciones de Antonio Cavacasillas son de reconocer, como también que le falta aire. El poco que tenía se ha desinflado con el conflicto de la Policía Local y la rebelión de los trabajadores municipales. Gragera al menos ha demostrado que tiene palabra. Cavacasillas, ninguna.

Los plazos electorales apremian. Aunque en el PP sigan estirando el eslogan de que depende de la decisión de Génova, tanta incertidumbre resta credibilidad al candidato, al que no le conviene ser un presunto. Mientras tanto, sigue sonando la melodía de que el PP quiere llevar a Gragera de segundo en su lista. El PP y Gragera lo niegan con rotundidad, señal inequívoca de que algo de cierto hay. El actual alcalde convence como capitán y los populares lo saben. Costará persuadir al resto de la tripulación, acostumbrada a ver gaviotas revoloteando sobre sus cabezas, de que un marinero de agua dulce se haga cargo del timón del barco, ahora que la tempestad ha amainado y la pesca se prevé abundante en aguas nacionales.