Escritor, guionista de cine y televisión, productor teatral, cinéfilo como pocos, buen conversador y, más que todo eso, una luz que brillaba allá donde estuviera por su sonrisa permanente, por su trato exquisito, por su generosidad infinita y por tantos conocimientos que atesoraba. Sus ‘Páginas ocultas de la historia’, en televisión, nos hicieron creer en lo imposible y su novela ‘La luz prodigiosa’ nos permitió una poética alternativa al asesinato de Lorca y, junto con ‘Invasor’, fue llevada al cine. ¡Ay aquellos encuentros con autor en el López de Ayala! Con ‘Cielo abajo’, llevó la guerra civil a los institutos y a todos esos chicos y chicas que lo escuchaban con expectación, como buen autor que era, también, de novelas juveniles (recuerdo ‘Los fabulosos hombres película’ y la gracia que le hizo que le dedicara mi ‘Los fabulosos niños novela’) y con ‘El mundo se acaba todo los días’, ‘La isla del padre’ y ‘Arde este libro’, se abrió en canal y se enfrentó a todos sus fantasmas. Fue con ‘El niño de los coroneles’, novela con la que ganó el premio Nadal, cuando lo conocimos, hace poco más de veinte años. Desde entonces, ya nunca dejó de venir a Badajoz, a estimular la lectura entre los más jóvenes, a compartir el enorme poder de su escritura, haciendo de Badajoz su casa. Fernando no era uno más que pasaba por aquí a vender su libro. Fernando se convirtió en un destacado embajador de Badajoz, porque cuando se lo pedimos, nos ayudó a refundar el Premio de Novela, del que formó parte como jurado desde 2004, nos aconsejaba, nos recomendaba e intercedía con autores para que se acercaran a Badajoz en primavera y enriquecieran nuestra exitosa Feria del Libro. Badajoz no es un destino fácil por culpa de las comunicaciones, pero él siempre, con su optimismo y su buena voluntad, con su palabra amable y atinadas propuestas, atraía a otros, los animaba a vencer sus dudas y disfrutaba, como todos, comprobando que venir a Badajoz nunca es tiempo perdido, siempre es buena idea. Y se marchaban deseando volver. Fernando volvía todos los años, dos o tres veces al menos, para presentar su nuevo trabajo, para traer a alguien con novela o poemario bajo el brazo y, sobre todo, para hacernos sentir mejor cuando nos repetía que teníamos la mejor Feria del Libro de España. Quedan sus paseos por la ciudad, sus cafés en cualquier bar, el jamón que tanto le gustaba y del que tan bien hablaba aquí o en su casa, en Madrid, por donde fuera, la de amigos que hizo y ese caminar entre casetas y libros, entre árboles en flor y el gentío que se agolpaba a su alrededor para ofrecerles una nueva historia. Por él conocimos a Marta Rivera de la Cruz, Espido Freire, Vanessa Montfort, Mabel Lozano, Berna González Harbour, Marta Robles, Raquel Lanseros, Silvia Pérez Trejo o Javier Olivares y, en fin, hombres y mujeres de las letras y las artes que nos ayudaron a construir un espacio cultural aún más completo en esta Badajoz que cada vez que venía le gustaba un poco más. Últimamente, no dejo de repetir lo mismo y se me encoge el alma: se nos está muriendo demasiada gente y demasiado pronto. Fernando Marías era una persona buena y no era su momento. Comparto el mensaje que, en la madrugada del sábado, me mandó la poeta Raquel Lanseros: «Nuestro ángel acaba de morir. Siento un dolor sin fin». Fernando era uno de los nuestros. Por eso le honramos mientras dirige sus pasos hacia las estrellas.