Queda claro, ya lo expliqué las semanas anteriores, que el problema planteado por las recientes excavaciones arqueológicas en la Sé de Lisboa no tiene que ver tanto con la arqueología como con la manipulación pública, en sentido neutro, de la interpretación histórica de todo lo aparecido allí y con su conservación, en el contexto de la propia catedral. Pero todavía no se han concluido los trabajos y, por lo tanto, los arqueólogos no han emitido un informe final que pueda hacerse público. No me refiero a la publicación científica de los resultados. Eso requerirá más tiempo, como es lógico. Es razonable, por lo conocido hasta el momento, la duda respecto a la existencia en aquel mismo solar de una mezquita anterior y lo difundido de lo descubierto no avala, o no lo hace plenamente, esa teoría. Pero son disquisiciones técnicas que los investigadores implicados deben resolver. Déjenlos trabajar con la calma requerida. El problema es otro.

No cabe la menor duda, y eso es patente, de la importancia de los hallazgos. Ni, tampoco, de su valor. Se les dé la fecha que se les dé. El mayor impedimento radica ahora en su conservación y en el modo de llevarla a cabo. La teoría, muy del gusto de las administraciones, siempre inclinadas a lavarse las manos, del «se documenta y ya se puede arrasar y construir», no es de recibo. Lo ha sido solo en casos muy contados. Sean lo que sean, esos hallazgos deben preservarse y ponerse a disposición de la sociedad. Quiero decir, hacerse visitables en condiciones adecuadas. Sería una auténtica barbaridad que en la discusión sobre galgos o podencos, pretextando prisa o cualquier otra circunstancia sobrevenida, se destrozase todo y se privase a la sociedad portuguesa no solo de unos vestigios históricos notables, sino de un elemento de reflexión sobre su pasado. Y eso no tiene que ver con su atribución, ni con la religión de sus lejanos artífices. No mezclemos churras con merinas, ni escenifiquemos rancias celebraciones de moros y cristianos. No viene a cuento, ni en el vecino y querido país, que comparte dilatadas épocas históricas con nosotros, ni en España en casos semejantes. Por ejemplo, en la muy portuguesa, a fuer de española, ciudad de Badajoz.