No sería nada raro que la catedral de Lisboa se hubiera edificado, como propuse, atendiendo a motivos religiosos, pero también militares. Como otras muchas. Pero eso no resuelve el problema de la continuidad con uno a varios edificios anteriores. El proceso de conversión de una mezquita en catedral después de un episodio de conquista no tenía que ver con un mero uso de la fuerza, salvo en contadas excepciones. En el caso peninsular los monarcas septentrionales instaban a crear un cabildo, una especie de consejo de administración, y le entregaban, en propiedad o usufructo, el oratorio principal de la plaza sometida: la aljama. A veces pasaba tiempo antes de eso. Conviene recordar el caso de Toledo. Aunque las nuevas iglesias se dotasen con fondos procedentes del botín, atribuyéndoles, en general, las propiedades del antiguo centro para su mantenimiento y financiación, es preciso no perder de vista de ningún modo el carácter empresarial de esos actos. No era prudente prescindir del antiguo edificio. Resultaba más barato transformarlo. Cambiar la dirección del rezo y añadir un ábside presidiendo el nuevo eje. Siempre con un sentido de la economía de medios acorde con la seguridad de mantener lo conquistado. Solo después, cuando el statu quo político se consolidaba, se emprendían obras de mayor envergadura. Pero había que financiarlas.

Un cabildo era -y es- una empresa. Necesitaba mucho dinero para emprender fundaciones de importancia. Por eso, según los fondos disponibles, el ritmo de absorción de un edificio precedente era más o menos rápido, de acuerdo con las disponibilidades. Es muy raro un caso, como parece pretenderse en Lisboa, en el que se derribase inmediatamente la mezquita anterior. Salvo necesidades apremiantes. En la sede portuguesa no podían ser religiosas. Entiendo que eran castrenses. Y hay otro argumento insoslayable. Los restos exhumados, presentados en el congreso al que aludí columnas atrás, no parecen pertenecer a un edificio religioso. También es cierto que se ha excavado solo en el claustro catedralicio. De las naves nadie ha dicho nada. Y, lo más importante de todo, los arqueólogos implicados aún no han hecho público ningún informe total y definitivo.