La segunda campaña (1978) permitió completar el Corte 1. Llegamos a ocho metros de profundidad. Suerte que además del buen entibo instalado por Miguel Maya, nuestro competentísimo capataz, el terreno estaba muy compacto y no había desprendimientos. Acabamos de excavar la fosa con restos humanos de la Guerra de la Independencia. Estaba claro. Pertenecían a sirvientes de una pieza de artillería –recogimos parte de un mortero de mármol, de los usados para afinar los granos de pólvora con que se cebaba el fogón-. Uno de ellos murió de un disparo; apareció el proyectil entre las costillas, y se rompió la cabeza al caer y darse contra un montón de proyectiles de hierro preparados para ser disparados. Pensamos que aquellos soldados habían caído en el asedio francés de la plaza de Badajoz (1811), por el análisis de las chapas de los chacós. Me confundí, pero solo lo supe varios años después, cuando pude consultar directamente varias publicaciones de la biblioteca del Museo del Ejército, de París. Entonces no había Internet. En realidad cayeron en los primeros momentos del asedio inglés (1812), cuando la tropas del general Picton penetraron al asalto y de modo imprevisto en la Alcazaba. Y eran alemanes y, uno, polaco, de las tropas aliadas que formaban parte de los ejércitos de Napoleón.

No todo fueron hallazgos del siglo XIX. Junto a estos recogimos un minúsculo fragmento de vidrio tallado, con decoración vegetal, -¡de los siglos X u XI-. Curioso, en principio, pero importantísimo, a la larga. Estaba movido de sitio, muy lejos de su depósito original en el palacio de los monarcas taifas. Durante mucho tiempo fue el único testigo material que hablaba del lujo de la corte de los aftasíes. Seguramente no se fabricó en Batalyaws –hoy por hoy no existe constancia de la producción de vidrio en la ciudad árabe; sí de cerámica-, pero formó parte de una redoma de muy alta calidad y precio. Pudo manufacturarse en Córdoba o en El Cairo. Al fondo del sondeo otro testigo importante: los restos de un poblado de la II Edad del Hierro. Los primeros reconocibles de un importante asentamiento. Pónganse ustedes en el siglo IV o III a. de C. Todo eso eran avances. Hubo quien perdió la sonrisa irónica.