Una de las pruebas más efectivas del grado de paciencia que se puede soportar la propician los contestadores automáticos que redirigen las quejas de número en número por la prestación de algún servicio. Una voz inalterable grabada conduce al usuario de un paso a otro hasta perderlo en una red de supuestos en el que el suyo no tiene cabida. A pesar de la impotencia que esta situación provoca, hay otra aún peor, que es escuchar una y otra vez el tono de llamada y que al otro lado nadie coja el teléfono, sea la hora que sea. Nadie. Vuelves a marcar el número una y otra vez y la respuesta es la misma: ninguna. Es lo que le ha ocurrido a más de uno con el proceso de vacunación contra el covid.

No he visto ninguna estadística, pero tienen que ser unos cuantos los afectados, porque al menos conozco a una docena que han tenido problemas y no han sido capaces de resolverlo en ninguno de los números de teléfonos que aparecen en las webs o en carteles a la entrada de sus centros de salud ni en los correos electrónicos. No hay nadie al otro lado.

Le sucedió a un amigo que no llegó a recibir ningún aviso para vacunarse cuando le tocaba por edad. En su móvil no aparece ninguna llamada perdida y comprobó una y otra vez en su centro de salud que sus datos eran correctos. No pudo acudir a la vacunación masiva convocada por Salud Pública para los que, como él, no habían obtenido cita personal porque se encontraba enfermo y entró en un bucle sin retorno del que llegó a creer que nunca saldría, vacunado. Finalmente lo ha hecho porque un amigo de un amigo de otro amigo que trabaja en la Administración sanitaria lo ha resuelto. Lo llamaron y ya tiene la pauta completa, pero le ha costado.

Conozco a otro compañero que tuvo que insistir reiteradamente en su centro de salud para comprobar que sus datos estaban bien, sobre todo el número de teléfono, porque no había recibido ningún aviso cuando también le tocaba vacunarse por edad y ya le habían sobrepasado con creces generaciones más jóvenes. Tras mucho perseverar, lo llamaron. Nunca es tarde y menos para esta dicha.

El colmo de los colmos le ha sucedido a una joven profesora que no ha podido recibir la segunda dosis en su lugar de residencia, Badajoz, y ha tenido que trasladarse a Plasencia, a más de 170 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, para completar la pauta, porque ha sido incapaz de que le cogieran el teléfono en su área de salud ni tampoco ha recibido respuesta a los correos enviados a las direcciones que constan para incidencias. Qué impotencia saber que tu problema tiene fácil solución, que no es otra que aplicar el sentido común y que es imposible porque nadie responde. No es que haya recibido una negativa, que sería cuestionable, sino que ni siguiera le contestan. El caso es muy simple. La joven estaba trabajando en un instituto de Plasencia cuando los profesores recibieron la primera dosis de Astrazéneca. Tenía un contrato de dos meses y, claro está, al terminar se marchó de esta ciudad. Se fue a Coria a dar clases y recibió el aviso para elegir la vacuna de la segunda dosis y la opción de retrasarla por ser opositora para que no coincidiese con sus exámenes. Cuando le dieron fecha ya estaba en Badajoz, donde vive y cuyo área de salud pertenece, casualmente, a la misma comunidad autónoma que la de Plasencia. Es lógico que el lugar de las dos inoculaciones coincida, porque Salud Pública no tiene por qué saber las condiciones laborales de cada uno, pero habría que dotar mecanismos de flexibilización. En el centro de salud de la capital del Jerte no le pusieron inconveniente a vacunarse en Badajoz, para evitar este desplazamiento innecesario. Pero en Badajoz le resultó imposible que nadie la atendiese, ni por teléfono ni por correo electrónico. Al final, carretera y manta si quería estar vacunada. Aún sigue esperando señales de vida racional desde el otro lado.