Le va a costar al nuevo alcalde de Badajoz, Ignacio Gragera, calmar los ánimos en el salón de plenos del ayuntamiento. Son ya muchos años perdiéndose el respeto entre las bancadas enfrentadas y el volumen ha subido especialmente en lo que va de legislatura. Lo va a intentar, como los demás concejales de Ciudadanos, y así lo demostraron en el primer pleno ordinario presidido por Gragera, donde el flamante alcalde procuró en todo momento templar los ánimos y frenar las discusiones en cuanto subían el volumen. No lo consiguió. Era el primero y hay que darle tregua, pero todo indica que Gragera no va a cejar en el empeño de cambiar la imagen que la corporación municipal ofrece cada vez que se celebra una sesión plenaria.

Por lo pronto, no tiene nada que ver cómo se comporta Gragera con cómo lo hacía Fragoso. El exalcalde acostumbraba a entrar en el debate de cada punto en discusión, multiplicando así las intervenciones de su grupo y, muchas veces, calentando el enfrentamiento con la oposición. Pero Gragera, aun estando pendiente del desarrollo del orden del día, solo interviene como moderador, dando paso a los participantes en los debates o cerrándolos con conclusiones de consenso. Eso está muy bien para quien tiene la noble misión de ordenar las discusiones, si consigue el complicado equilibrio que su papel de equidistancia requiere por representar a un grupo municipal concreto, el de Ciudadanos, además de al equipo de gobierno formado por dos partidos y un concejal no adscrito y, por encima de todos ellos, a la corporación al completo.

En su empeño de guardar las formas y que los demás también lo hagan puede pecar de «benevolente», como lo acusó su compañera de equipo, que no de grupo, María José Solana, a la sazón primera teniente de alcalde, del PP. Solana enseñó los dientes. Lo hace cuando alguien le dirige acusaciones gratuitas de ilegalidades. Ocurrió tras una intervención del concejal socialista Pedro Miranda, quien al preguntar por la licitación de la obra del antiguo San Pedro de Alcántara y la paralización de la piscina de la margen derecha, acusó al equipo de gobierno de colocar a amigos y de falta de transparencia y de legalidad. No fueron acusaciones veladas pero sí inconcretas y no por ello menos graves. Las dejó caer como quien tira el palo del helado con la confianza de que nadie se dé cuenta y la esperanza de que se degrade por ser materia orgánica.

Gragera se percató de la gravedad y advirtió al concejal socialista de que evitase este tipo de acusaciones en próximas intervenciones. Pero a Solana no le pareció suficiente la regañina y soltó que si para el nuevo alcalde era su primer día pleno, ella ya lleva muchos y su reacción con Miranda le había parecido demasiado «benevolente», dado que había realizado un uso «casi delictivo» del turno de ruegos y preguntas con acusaciones dirigidas a los funcionarios y a la gestión política. Gragera intentó aclarar que había avisado al concejal socialista de que no le admitiría en un futuro este tipo de comentarios. El reciente alcalde con sus medias tintas provocó efectos contrarios simultáneos. Molestó a Solana, a la que le hubiese gustado más contundencia, y a la vez recibió la reprimenda del portavoz socialista, Ricardo Cabezas, que en un tono excesivo reprochó al nuevo alcalde que ninguno de los concejales de su grupo iba a consentir amenazas. No lo eran. Gragera se había limitado a pedir a Miranda que recondujese su conducta. Lo mismo le sucedió cuando intercedió entre el exconcejal de Vox, Alejandro Vélez, y la portavoz de Unidas Podemos, Erika Cadenas, que le valió el reproche de ambos. La prueba de que no se había decantado por ninguno es que los dos estaban molestos con él. Gragera llega de nuevas y de buenas y le va a costar desarraigar las malas formas de los plenos. Le quedan dos años para no desanimarse. De momento, en una sola sesión, ha demostrado que otras maneras son posibles.