La ira cubre la playa. Un chapapote malvado, del que nunca parecemos poder librarnos. La ira, con la fuerza que no tiene el Mediterráneo, rompe en astillas las barquitas, rasga las sábanas térmicas, desinfla salvavidas, afila concertinas, reprocha el calor de los voluntarios. La ira rompe los huesos, pequeños, de quienes llegan sin coraza. La ira, guardada durante lustros entre pastillas de naftalina, revive como la flor de té con una mijina de agua. Hay quienes la usan a menudo, con cotidiana ligereza. Quienes, a diario, espantan a los de alrededor, salpicando su energía negra como quien echa sal en los campos de trigo . Hay quien la disfraza de una eterna progresía, de la que no queda ni la pana roída de los pantalones. Royéndole el corazón. No advierten la contradicción de que muchos de los que enarbolan su bandera iracunda, eran los que antes aplaudían la presencia del Rey de Marruecos como un faro, que, decían, mantenía la estabilidad. Los mismos que querían sacar los tanques en las Ramblas piden ahora una declaración de guerra. Los que miran al pasado con nostalgia, adornándolo de una falsa luz, parecen olvidar que la necesaria regulación de las migraciones no puede servir de coartada para la omisión de socorro. Yerran el objeto de sus insultos, escupidos, lanzados, entre los dientes, como balas, aristas, para herir las espaldas de los que llegaron bajo el sol, bajo la sal, bajo la hambruna. Sin un nada en el bolsillo, sin comida, sin abrigo, sin insulina, ni nada con lo que curar las heridas, solo aupados por falsas promesas, cruzaron la frontera. La rabia desata “La” tormenta, con el artículo que la individualiza, que la engrandece. Pero sin embargo su plural está desvaído, de tan usado. La estrategia de Marruecos se ha repetido ad nauseam. Y la escuela de su padre, que puso niños inaugurando aquella Marcha Verde, la ha seguido su hijo. Son los países que chantajean, que presionan para dirigir la política del vecino los que merecen reproche, los que merecen una respuesta, firme, diplomática. Esos que tildan de débiles a nuestro gobierno, por asistir a quienes llegan, son los mismos que arremeten contra él, por no haber cedido a la petición de no dar cobertura sanitaria al presidente saharaui. La bandera no se defiende con odio. Luce, orgullosa, por arropar a quien llegó aterido, enfermo, solo, y en el uniforme de los que sacaron de las aguas a los náufragos.