Bla bla bla. Dicen «que en el Sur vivimos de la sopa boba. Que España nos roba. Que el tren en Extremadura se soluciona con un puñetazo en la mesa. Que lo del virus lo han inventado los chinos, o Bill Gates», o cualquiera que se le ocurra a ese señor que ven acodado en la barra del bar. Miren, son solo las nueve de la mañana y ya está enfadado. Puede tener mono azul o corbata apretada, puede ser cuñado, taxista, o tertuliano, lo mismo da. Somos don y doña experto. De todo sabemos. De todo hablamos. Y las salidas y los remedios a los problemas del mundo que no logran encontrar los investigadores, son expuestos por doquier, en la prensa, en los cafés, en las peluquerías y en la comida de los domingos. Por eso estos días en que la boca se nos llena de «bárbaros, y de fascistas, y de racistas, y de drogadictos, y de ese pueblo no tiene remedio y de que yo quitaba las armas y se acabó lo que se daba», seguro que nos equivocamos, seguro, que nos apresuramos, seguro que nos falta información, seguro que no hay nada seguro. Estados Unidos está muy lejos. Estados Unidos es muy diferente. Muy lejos en distancia, tan grande como dos veces Europa. Está hecho de retazos, de Estados que apenas tienen en común, en algunos casos, tan separados en carácter, y en kilómetros, como un señor de Murcia de un moscovita. Es difícil no indignarse al saber que los abusos policiales proliferan, que los asesinatos acechan en cualquier callejón. Es difícil no emocionarse con un niño de trece años, muerto, poniéndonos en la piel de una madre, incrédula, rota. Es difícil no entender que los perjuicios, que la palabra raza, aún vuela en círculos sobre nuestras cabezas, como un buitre, despedazando, carroñera, la democracia, la seguridad, la justicia, la paz. Es difícil, también, no imaginar la dificultad de trabajar como policía en ciertas ciudades, en determinados barrios, bajo presión. Es difícil, para los europeos, percibir que los norteamericanos provienen de aquellos pioneros que, sin nada, conquistaron territorios y el derecho de estar y ser. Que la defensa de lo conseguido, la autosuficiencia, el individualismo y su libertad, forman parte de sus orígenes, de su identidad, por eso es tan complicado decretar la prohibición de portar armas. Por eso necesitarán décadas de razón, de aprendizaje, de cambio. Nunca las cosas son sencillas, ni únicas, «el plato principal» siempre viene con la «guarnición» de la crisis económica, del desencanto, del miedo al desconocido, de las adicciones, de la ausencia de familia, de raíces, de creencias, de trabajo, de carencias en educación, en seguros sociales, y todo ello acompañado de una televisión cizañera, vulgar, que se nutre de división, que genera división, que abona los extremos, que se jacta del más vociferante enfrentamiento. Alíñenlo con gobiernos que levantan muros, que se envuelven en la bandera de la exclusión, que rehusan el diálogo, espolvoréenlo todo con un extra de pandemia... y verán cómo nada parece ya tan diferente, tan lejano. Tan lejos, tan cerca. Viajar, leer, escuchar, reflexionar, ponerse en la posición del de enfrente..., no han inventado mejor vacuna contra la intolerancia.