Sigue sin haber confirmación oficial y la investigación continúa abierta, pero la principal hipótesis sobre la que se trabaja es el suicido. José Antonio Carrera Varela, de 56 años y de Madrid, inquilino de la vivienda donde se produjo la deflagración, presuntamente la habría causado de manera intencionada para quitarse la vida. En el domicilio, los bomberos hallaron tres bombonas de butano.

Casi ningún vecino recordaba el nombre del fallecido y solo algunos le ponían cara. Por Whatsapp comenzó a circular una fotografía suya. «Es él», confirmaban al mirarla. La mayoría reconocía que apenas había mantenido trato con él durante los tres años que llevaba residiendo en el bloque junto a su pareja, que en el momento de la explosión no se encontraba en la casa. Con ella sí han tenido más relación, pues vivía en el edificio desde hacía más tiempo.

«Era un hombre correcto, educado, pero no cruzábamos más de un hola o un buenos días», comentaban. No ha protagonizado ningún incidente durante el tiempo que ha vivido en el número 1 de la calle Hernando de Soto, pero «sabemos que tenía problemas psicológicos y que ya había intentado quitarse la vida», coincidían varios testimonios. 

Sí lo conocían más en la autoescuela Al-Linquindo, en los bajos del bloque de pisos, donde se sacó el carné de conducir hace poco más de un año. «Siempre se paraba a hablar conmigo y era muy amable. La última vez que lo vi fue la semana pasada, venía del gimnasio y estaba muy contento», contaba una de sus trabajadoras, aún sorprendida por lo ocurrido. El fallecido se dedicaba a las patentes, según había comentado a las personas con las que tenía relación, y acudía regularmente a un gimnasio cercano.

Un milagro

Entre los afectados no hay dudas de que la explosión fue «intencionada». «Ha sido un milagro que no haya pasado más, nos podía haber llevado a muchos por delante», repetían. La vivienda ha quedado completamente destrozada, sin tabiques y llena de escombros. La fachada voló y la reja del balcón salió desplazada varios metros hasta impactar en el edificio de enfrente.

La deflagración se produjo justo cuando los bomberos intentaban acceder a la vivienda. Quién sabe qué habría podido pasar si ocurre solo unos minutos después. O si, como se plantearon, hubieran accedido con la autoescala por el balcón. La onda expansiva les habría golpeado de lleno.

Por la cabeza de todos los vecinos pasaban una y otra vez las imágenes de lo sucedido. «Parecía una película», decía Loli Mosquero, dueña de un taller mecánico situado a escasos metros del edificio. «Por mucho que lo quieras explicar es imposible. Estaba sentada en el despacho, tenía el móvil el las manos y voló». Cuando salió a la calle vio una polvareda y las llamas saliendo del piso. En su puerta acabaron las gafas de una vecina que estaba en su terraza. «Esto es una catástrofe», le dijo su marido en ese momento.

Fue el presentimiento de muchos más. Habían visto a los bomberos y a la policía local en la puerta. Sabían que había un escape de gas, pero no imaginaban lo que sucedió después. Luego, reconocen, empezaron a atar cabos. Desde el principio tenían la convicción «de que no era un accidente». El miedo se mezcla con la rabia. Están a salvo, pero no pueden dejar de pensar en lo que podría haber pasado. «Podíamos estar hablando de muchas vidas rotas». 

Tampoco pueden dejar de preguntarse qué hubiera ocurrido si en lugar de haber sido a las tres de la tarde, la deflagración se hubiera producido de madrugada, cuando todos están durmiendo, o una hora antes, cuando por la calle pasan padres y niños de vuelta del colegio. «Es mejor no imaginárselo», comentaba un vecino a otro para tratar de calmarlo.

Todas las miradas en Hernando de Soto se dirigían ayer hacia la fachada del número 1, a las huellas de la explosión. El estruendo y los gritos retumbaban en las cabezas de los vecinos, que quieren recuperar la tranquilidad que el jueves les fue arrebatada.