Es la una de la tarde y ya está prácticamente todo listo para sentarse a la mesa. Juan calienta la carne en el horno de la cocina mientras prepara los entremeses en los platos. Coloca los embutidos con cuidado, para que todos queden iguales. No es un día cualquiera y la mesa debe estar a la altura. Este domingo compartió la comida de Navidad con otros 14 usuarios y un trabajador del albergue para personas sin hogar de Cáritas, que ha ampliado su horario para ofrecer un lugar donde puedan pasar las fechas navideñas más señaladas quienes no tienen un techo bajo el que hacerlo.

«Si no fuera así, las habríamos pasado en la calle y solos», reconoce Juan, de 54 años, que hace un mes y medio que duerme en el centro, en el que ya estuvo en otra ocasión 7 meses. Colabora en el albergue como pinche en la cocina y también colabora en la lavandería y el comedor para ayudar a los trabajadores. «Me gusta», dice.

No son sus primeras navidades fuera de casa. «Ya he pasado muchas en la calle, y es duro», confiesa. Esta es especial para él, porque lo hace bajo un techo y en compañía. «En el centro de Bravo Murillo me siento protegido y en familia. No tengo otra, solo a la chica con la que estoy, a los monitores y a mis compañeros, ellos son mi única familia», asegura. 

Juan en de Cáceres, eligió vivir su vida «sin depender de nadie» hace muchos años y cuenta que le costó entrar en el albergue, «porque quería estar en la calle», pero el trato que recibió de los trabajadores de Cáritas lo animó a quedarse. «Y aquí sigo. Les he cogido mucho cariño y ellos a mí. Encontrarme con estas personas ha sido lo más divino que me ha pasado», dice emocionado.

«Yo no tengo vicios y no he vivido mal en la calle, no he pasado hambre ni sed, he estado muchos años por la zona de Las Moreras y gracias a la gente de Badajoz y de Bravo Murillo he levantado cabeza y me he valorado a mí mismo», asegura. Reconoce que echa de menos a sus verdaderos familiares, pero es consciente de que no hay vuelta atrás en la relación con ellos. Por eso, en este centro ha hallado un punto de partida para tratar de poner en orden su vida.

Mientras Juan charla con este periódico, David Medina, trabajador del centro, va sacando del frigorífico las bebidas y los postres, que otros comensales se encargan de llevar al comedor. Algunos esperan en el patio a que los llamen para comer y los más impacientes van ocupando sus sitios en la mesa. El menú para el día de Navidad lo ha donado Coca-Cola. Además de entremeses, los 16 comensales degustaron ensaladilla, cóctel de gambas, filetes con pimientos y postres. Para la merienda, dejaron los dulces.

«A mí no me gusta el chocolate, que se tome mi parte otro compañero», comentaba Erik, un barcelonés de 23 años que lleva poco tiempo en el albergue. Huyó de Barcelona por problemas con su familia y llegó a Badajoz hace poco más de un mes. «No puede volver, porque pondría en peligro mi vida», cuenta sin más detalles.

Después de estar una semana durmiendo en la calle, le hablaron del centro de Bravo Murillo, al que acudió. «Para mí es un refugio, la familia que yo no tengo, la he encontrado aquí y me siento muy cómodo. Gente como Juan es un ejemplo». Erik reconoce que pese a sus problemas, pasar las navidades acompañados hace más llevaderas estas fechas, pues es inevitable que uno recuerde a los suyos. «Se echan en falta», dice con resignación.

A Erik, como a otros usuarios, se le ha ofrecido la posibilidad de formarse para insertarse laboralmente. Su deseo es encontrar un empleo cuanto antes y poder empezar una nueva vida.

También pudieron celebrar la Nochebuena -se sentaron a la mesa 22 personas- en estas instalaciones, que hoy lunes, por ser festivo, se mantendrán abiertas 16 horas. En Nochevieja y Año Nuevo volverán a ofrecer la cena y la comida a las personas que lo deseen. 

El albergue de Bravo Murillo está casi al completo. Cuenta con 26 plazas y tres más de aislamiento. Las personas que han reunido en Navidad y Nochebuena en el centro son usuarios que pernoctan en él. Aunque ellos han podido compartir estas fechas bajo un techo, no se olvidan de quienes no lo han podido hacer. «Por desgracia, hay mucha gente en la calle», recuerdan.