Esther Merino, la cantaora de Gévora (Badajoz) se suma con honores y todo el merecimiento del mundo al magnífico palmarés extremeño en el Festival del Cante de la Minas, palmarés que no hace sino acreditar la condición del flamenco como patrimonio de la Humanidad, lejos de patrimonializaciones nacionales, regionales o provinciales alicortas y pacatas. Al Bordón minero que ganara Javier Conde en 2004, se unió la Lámpara Minera de Miguel de Tena en 2006, la de Celia Romero en 2011 y ahora, tras varios meritorios asedios de otros cantaores extremeños, incluida la propia Esther Merino, finalista en los años 2016, 2017 y 2021, se une la Lámpara minera de esta ilustre gevoreña, en plena madurez artística. Precisamente al hilo de uno de aquellos lejanos éxitos flamencos de nuestra región escribí un artículo en este mismo periódico titulado ‘Triunfo extremeño en la catedral del cante’ y me llena de satisfacción poder hoy replicar ese título, precisamente cuando el festival de La Unión ha vuelto a la catedral, a su catedral, tras las restricciones de la infausta pandemia que nos atropelló en 2020.

Conozco a Esther desde hace muchos años, la he visto crecer artísticamente, hasta convertirse en una de las voces flamencas más destacadas del panorama flamenco nacional, panorama en el que las mujeres han alcanzado felizmente la notoriedad pública que siempre mereció su papel protagonista en el flamenco.

Esther es una cantaora de fuste, con una formación y bagaje flamencos espléndidos, capaz de enfrentarse a cantes difíciles, exigentes, de los que no admiten componendas. Su triunfo en La Unión y su asedio a la lámpara en ediciones anteriores dan cuenta fehaciente de su dominio de cantes difíciles como la taranta, la minera o la soleá. Esther es una cantaora que conoce el terreno que pisa, que tiene hondura y una voz poderosa que modula con emoción y carácter. Nunca olvidaré sus memorables saetas, cante a capela, sin red ni apoyo alguno ajeno a la voz misma, que no admite errores ni dudas, donde su voz se adueñaba de nuestros corazones. 

Cuando hace años se inauguró el Aula flamenca de la Universidad de Extremadura y la Diputación de Badajoz, me empeñé en que fuera Esther Merino, acompañada por el gran Juanma Moreno, quien diera el pistoletazo de salida a aquel hermoso proyecto, en el Salón noble de la diputación pacense. Yo ya estaba convencido de que Esther no era ninguna promesa, sino que era una realidad magnífica en el flamenco extremeño y nacional, y no me equivocaba, como nos ha certificado esta madrugada agosteña el festival de las Minas. Había que estar sordo y ciego para no ver su valía y arte a raudales. Hace poco tiempo, pude escucharla de nuevo en el homenaje a Federico Vázquez Esteban de la Asociación Amigos del Flamenco de Extremadura (precisamente Carburo Minero en el prestigioso Festival de la Unión en 2014) y pude comprobar que la madurez de su voz, su saber estar, su humildad y su fuerza no habían hecho sino crecer. Esta cantaora cabal, honda, con sólidos cimientos flamencos y con una afición insobornable nos seguirá dando muchas satisfacciones, pues su juventud, pese a sus más de veinte años ya en la brecha, no augura sino un espléndido porvenir que, contrariando al poeta, sí ha venido ya para quedarse.