En los dos últimos años, Cáritas Diocesana de Mérida-Badajoz ha atendido a 110 menores con adicciones a través de sus programas, uno específico en colaboración con la Junta de Extremadura, a través de su Servicio de Adolescencia y Familias, y la Fiscalía de Menores, desde donde derivan a adolescentes infractores (que han cometido alguna falta o delito) y otro general que la oenegé de la Iglesia tiene en marcha desde el 2009, al que los chicos acceden de forma voluntaria aconsejados por sus padres.

De los 110 menores atendidos desde el 2019, 89 de ellos son varones y 21, mujeres. Sus edades oscilan entre los 14 y los 18 años (ha habido algunos casos de niños de 13 años) y se trata de adolescentes y jóvenes con conductas adictivas o de riesgo por consumo de sustancias estupefacientes y alcohol, pero también al juego o las redes sociales. Estas últimas adicciones, según explica la responsable del programa de Vivienda y Ambulatorio de Cáritas, Elisabeth Ballesteros, han experimentado un incremento desde el 2015, cuando se legalizaron los juegos online y comenzaron a proliferar las casas de apuestas.

El Programa Ambulatorio para Menores Infractores con Conductas adictivas (Pamica), en colaboración con la Junta de Extremadura y la Fiscalía de Menores, se inició en el 2011 y este año se reforzado potenciando la intervención familiar (ha pasado a llamarse Pamicaf). «La intervención no se puede centrar solo en el menor, sino que debe abarcar todo lo que le rodea, porque todo eso le afecta y le influye, y el entorno familiar es muy importante que los padres sepan cómo manejar esa situación», argumenta Ballesteros.

También en el Programa Joven, el que Cáritas tiene en marcha de forma independiente, las familias forman parte del proceso de recuperación de los adolescentes. «Tratamos de motivar a los padres ante las dificultades que se encuentran, a situarlos en el momento del proceso en el que se encuentran sus hijos y a darles información y recursos educativos para que la intervención se extienda también a los hogares», explica la responsable.

La diferencia entre ambos programas es el modo en el que llegan los jóvenes, pero el tratamiento en similar en ambos. A las entrevistas individuales y familiares se suman las terapias grupales, pues para muchas personas resulta muy beneficioso compartir sus experiencias. En cada caso, se hace un diagnóstico del usuario y su familia, para diseñar un plan de trabajo individualizado con objetivos a cumplir.

Elisabeth Ballesteros apunta que en la intervención que se realiza con los jóvenes tiene un enfoque «preventivo», pues se trata de reconducir conductas de riesgo para evitar que sus adicciones vayan a más y generen otras problemáticas asociadas. «El éxito depende mucho del cambio en el estilo de vida», asegura la responsable de Cáritas, quien asegura que al programa recurren familias con un nivel socioeconómico tanto medio-alto como bajo y con filosofías educativas más permisivas o autoritarias. «El consumo de cannabis y alcohol está muy normalizado y se observan problemáticas en todas las esferas sociales», afirma.