Qué mal ambiente debe respirarse en ciertos foros para que haya quien tome la meditada decisión de machacar literalmente un mural cerámico, que representa un hecho de la historia de Badajoz sin aparente afán de adoctrinamiento. Alguien maquinó el atentado. Buscó un martillo o un mazo o un pico y, con nocturnidad y alevosía, o simplemente en horario con el toque de queda en vigor, se acercó al paseo de la margen izquierda del Guadiana y la emprendió contra el mosaico de azulejos que la Asociación Cívica Ciudad de Badajoz encargó, adquirió y regaló al ayuntamiento para conmemorar la entrega de Badajoz al rey Alfonso IX en 1230.

El autor de semejante tropelía, cometida con violencia y saña, no dirigió su rabia de una manera arbitraria contra el contenido del mural, sino que quería -y lo consiguió- atacar a una parte concreta de los representados, a un bando, al de los ganadores, al de los cristianos, al mismísimo rey victorioso y sus huestes, cuyas caras hizo desaparecer a golpe de martillazo. No solo eso, como prueba fehaciente de su fechoría, dejó su firma con una pancarta artesana, que también tuvo que ser fabricada premeditadamente, con el mensaje claro de contra quienes iba dirigido el ataque: «Fascistas sois los terroristas».

De todo lo acontecido se deduce que el objetivo era la extrema derecha. Qué pena de ciudad. ¿Qué ha tenido que ocurrir para que hechos así sucedan? ¿Dónde está el germen de este odio? ¿En qué momento y por qué se han acentuado tanto las diferencias ideológicas, políticas o religiosas o políticas y religiosas, pero en todo caso extremistas? Nunca como hasta ahora, cuando precisamente han salido adelante iniciativas para recuperar su figura, ha sido tan vilipendiado Alfonso IX.

Badajoz está orgullosa de su origen islámico. Así lo corrobora la celebración de la fiesta de la fundación, Almossassa, y la escultura dedicada a Ibn Marwan en las faldas de la Alcazaba. No por ello tenemos que renegar ni ocultar un hecho que la historia constata, como fue la entrega de la ciudad a los cristianos en 1230. Forma parte del pasado de Badajoz y nombrarlo no es un ataque en sí mismo a ninguna religión. Corremos un serio peligro si descontextualizamos los hechos históricos y no los circunscribimos a la época en la que sucedieron. Pero hay quien cree que recordar a Alfonso IX sí es en sí mismo un ataque. Ocho siglos después han surgido bandos que buscan el enfrentamiento y han pretendido defenderse del supuesto insulto. Miedo da pensar hasta dónde podemos llegar.

El ayuntamiento ha puesto los hechos en conocimiento de la Policía Nacional, que ojalá descubra la autoría de este acto salvaje, que va mucho más allá de una gamberrada. La Cívica invirtió 2.000 euros en regalar este mosaico a la ciudad, que hizo suya la ofrenda y ahora repararlo debería correr a cargo de las arcas municipales. Será materialmente posible porque la fábrica que lo confeccionó tiene los medios para reproducir los azulejos dañados. Pero quizá debiera permanecer tal como está ahora, como testigo de la ceguera de algunos y prueba evidente de que hay quienes por defender unos ideales marchitos, son capaces de convertirse en delincuentes y arremeter contra el patrimonio público. Si esto es el resultado del enconamiento de posiciones políticas, habrá que ir pensando en calmar los ánimos y centrar las reivindicaciones en el presente y en el futuro de esta ciudad, que es lo que está en juego, no la revisión de la lejana historia, de la que todos formamos parte y de cuyos acontecimientos no se deben perder las referencias. Ningún argumento respalda al cobarde que arremete escondido en el anonimato contra el consenso. Daría menos miedo pensar que detrás de lo ocurrido más que cristianofobia, extremismos o populismos, lo que hay es vandalismo irracional.