El hispanismo francés y el medievalismo de ambos lados de los Pirineos están/estamos de luto por el fallecimiento de Pierre Guichard (1939 – 2021), profesor emérito después de muchos años de productiva docencia, de la Universidad Lumière – Lyon II. Su dedicación científica ha sido la inspiración para un gran caudal de investigadores, cuyos trabajos estuvieron enfocados al estudio y conocimiento de la Edad Media española. Algunas de sus obras resultan fundamentales para comprender nuestro pasado medieval y, por encima de todas, la titulada ‘Al-Ándalus. Estructura antropológica de una sociedad islámica en Occidente’, basada en su tesis doctoral. La historiografía española había venido usando –y abusando-, aunque basándose en conceptos mucho más antiguos, de la teoría de la continuidad de España –utilizando el término de un modo por completo inadecuado- por debajo de la cultura islámica. El gran Claudio Sánchez Albornoz llegó a cuantificar, en beneficio de sus tesis conservadoras, la cifra de árabes llegados aquí. Y hubo quien pensó en el andalusí como en un mundo de lengua latina que empleaba la árabe solo en las instancias oficiales y en la religión. Y, claro, todos sus avances no fueron, para estos investigadores, más que un producto lógico de la tradición indígena. Lo oriental habría pesado poco. Era el mito de la España Eterna --la unidad de destino de José Antonio Primo de Rivera--. Sería Guichard quien demostraría, de un modo rotundo y a partir de un cuidadoso análisis de las fuentes, que la sociedad de Al-Ándalus era plenamente islámica y había cambiado su estructura respecto de la latina tardoantigua. Y se expresaba en árabe, aunque hubiera minorías capaces de entenderse en latín. Las aportaciones de Pierre representaron un avance trascendental y variaron la orientación de los estudios sobre el mundo medieval peninsular.

También abordó aspectos relacionados con Batalyaws y con la interpretación del pasado de esta región y de su poblamiento entre 711 y finales del siglo XI.

Fue un auténtico revolucionario, sin pretenderlo. Pocas cosas causaban más impresión en él que su sencillez, su ánimo apacible, su ausencia de agresividad y lo sereno de su razonamiento. Vamos a echarlo de menos.