El último bohemio del flamenco extremeño. Así describe Francisco Zambrano a Joaquín Expósito Izquierdo, más conocido como ‘El Niño de Badajoz’, en el subtítulo del libro que ha escrito sobre él y que incluye, además, un CD con 10 cantes suyos. Lo presentó ayer en una rueda de prensa junto con el vicepresidente primero de la diputación, Ricardo Cabezas, que aprovechó la temática de la obra para pedir que el nombramiento de la capital pacense como ciudad del flamenco: «Creo que ya va siendo hora, nos lo merecemos».

Tanto él como el autor destacaron lo querido que era Expósito en la localidad. Es por ello que Zambrano no solo aborda su faceta artística, sino también la humana: «Era una grandísima persona, fue muy querido en Badajoz porque iba gratis a donde lo llamaban, atendía a todas las asociaciones de vecinos y a cualquiera que tuviera un problema».

El Niño de Badajoz debutó en el teatro López de Ayala de la mano de Porrina con tan solo 16 años y desarrolló parte de su carrera fuera de España, lo cual le valió el reconocimiento de Zambrano como el más internacional de todos los cantaores extremeños. Se inició en este mundo gracias a su madre, Julia la Extremeñita, que también cantaba. En la década de los 60 emigró a Madrid con su familia y poco después se fue al extranjero, primero a Francia y luego a Suiza.

Le tocó la lotería cuando volvió a la capital pacense, y nunca mejor dicho. Ganó un premio y el dinero lo invirtió en comprar una casa en el barrio de San Roque que acabó convirtiendo en un lugar de encuentro de los amantes de su misma pasión. «A partir de ahí lleva esa vida artística bohemia de un tipo de flamenco que ha muerto», señaló ayer Zambrano, quien no solo admiraba a Expósito por su calidad como artista, sino también por la relación de amistad que le unió a él hasta su muerte en 2017.