El Instituto de Estadística de Extremadura (IEEX) ha publicado su estudio sobre Proyecciones de Población 2020-2035. Las previsiones no por esperadas dejan de ser menos dolorosas. Nos anuncia que, si todo sigue como hasta ahora, en el año 2035 Extremadura habrá perdido 88.404 habitantes, pasando de los 1.061.768 del 2020 a los 973.364 del 2035. Es decir, una pérdida del 8,3% de la población. Este comportamiento se produce en todas las comarcas, aunque en unas más y en otras, incluso en las mayores ciudades. Mérida perdería el 4,4% de su población pasando de 59.425 a 56.890; Cáceres perdería el 6,9% pasando de 96.120 a 89.491, y Badajoz perdería el 4,8%, pasando de 150.668 a 143.427 habitantes.

Son estudios estadísticos fríos, basados en proyecciones de datos pasados de defunciones, natalidad, estructura poblacional y emigraciones e inmigraciones. La realidad pasada es la que es y la tendencia ya la conocíamos. Somos conscientes que cada vez la natalidad es menor, que estamos expulsando a jóvenes que son los que tienen la mayor capacidad reproductiva, que la población está cada vez más envejecida, que somos la región con menos capacidad de atraer emigración y que perseverábamos en la cola de la renta per cápita y el desempleo y los primeros en empleo público y presión fiscal.

Seríamos suicidas si, conociendo donde nos ha llevado lo que estábamos haciendo, continuásemos haciendo lo mismo. La foto es terrible, pero también creo que el futuro puede ser esperanzador. Tenemos años por delante de grandes oportunidades que debemos aprovechar. Sería una irresponsabilidad tanto política como de la sociedad civil no hacer todo lo que está en nuestras manos para impulsar un cambio radical. 

Imagino una década en la que cada año mejoren las comunicaciones de tren, de autovías, digitales y energéticas. Mejorar las conexiones debe impulsar el tejido empresarial especialmente industrial, agroalimentario y turístico, y ya hay algunos indicios. Nuestra capacidad de generar energías renovables además de podernos proporcionar menores precios de la electricidad, también nos debería permitir pagar menos impuestos, dejando de ser una región con el estigma de alta presión fiscal. Nuestras capacidades medioambientales, de biodiversidad y de captación de CO2 deben ser reconocidas, compensadas y remuneradas por Europa, dejando de ser una penalización a la iniciativa empresarial. Sería muy extenso describir todos los cambios que deberían ocurrir los próximos años, pero hay muchas posibilidades a la vistas y otras por descubrir. No hacer todo lo posible para que las cosas ocurran es suicida y ahora hay una oportunidad con los distintos fondos europeos, a lo mejor la última. No hay nada con más riesgos que no cambiar, solo una apuesta radical por el cambio puede darnos esperanzas en un futuro que está por escribir. Hay que dar la vuelta a estas proyecciones.