El tema de la alcazaba resurge periódicamente en Badajoz. No siempre para bien. Se trata ahora, según el ayuntamiento, de que la Junta ponga su parte en el convenio firmado hace algún tiempo. Y se restauren las ermitas. Esas ruinas mortuorias que se levantan en el interior del recinto. Y empleo semejante calificativo porque, aunque su primigenia función era religiosa, finalmente acabaron en cementerio. Allí está, bien visible e ignorada, la tumba profanada del general Arco-Argüero, apoyada sobre una torre albarrana de la primera fase almohade. Hace pocos años tuve ocasión de excavar allí y descubrir la tumba de un militar, seguramente alemán -del Regimiento de Hesse-Darmstadt- fallecido durante el último asedio inglés de la plaza (1812). Y quedan más restos, dispersos por toda el área, de civiles badajocenses. Bastantes de ellos debieron ser víctimas de la última epidemia de cólera que asoló esta ciudad en 1885.

Escrito lo cual, me cumple hacer, aquí en público, alguna pregunta: ¿qué se quiere decir cuándo se habla de rehabilitar las ermitas? Son una ruina arqueológica. Solo resta techado el ábside de una de ellas. Lo demás son cuatro paredes y unos cuantos nichos de enterramiento, destruidos hace mucho. ¿No irán a reconstruir lo desaparecido sin saber cómo era? Otro pastiche más, después del estrepitoso fracaso del fuerte de San Cristóbal, vacío, sin destino conocido, a fuer de restaurado. Ni fortificación, ni mirador, ni restaurante. Nada. Valientes asesores tiene esta descarriada corporación. Nadie pone en duda la necesidad de consolidar las ruinas en cuestión; su proceso de deterioro no admite más espera. Pero ¿rehabilitar qué y para qué? ¿Acaso para levantar un restaurante sobre un subsuelo de fallecidos por el cólera, vecinos y, seguramente, antepasados de nuestros paisanos? Un poco más de respeto. Y de sentido común. ¿No hay cosas que restaurar -bien-, rehabilitar, limpiar o, mire usted por dónde, investigar en la alcazaba más descuidada de Europa? En la línea de la ya famosa actuación del cencerro de la torre de La Atalaya -¿sonará; para qué?- coloquen en los nichos unos fallecidos de silicona. Sabemos que los hubo. Así recuperamos el espacio histórico. Ciencia ficción.