El 23 de febrero de 1981 hubo un intento de golpe de Estado en España. Fue la reválida de la jovencísima democracia española. Superamos la muerte de Franco y su régimen, el inmovilismo de una dictadura reacia a desaparecer, muchas heridas abiertas, diálogo y negociaciones entre quienes durante demasiado tiempo estuvieron enfrentados e incluso se trataban como enemigos irreconciliables, el sangriento terrorismo de ETA y una crisis económica inaguantable. A los seis años de volver a la casilla de salida, había quienes deseaban colocar a España en el más profundo de los abismos. Hoy se cumplen 40 años de aquello y con la que está cayendo en nuestro país da la sensación de que no hemos aprendido nada.

Entonces, yo era un estudiante de BUP y procedía de la EGB y, tal vez, el problema - parafraseando a Vargas Llosa, en qué momento se jodió España- todo empezó cuando se abandonó el integrador, clásico y productivo sistema educativo de entonces, siguió con un planteamiento de país donde se agrandaron las diferencias y las distancias y hemos terminado en un escenario donde los hijos de la Logse han demostrado su incompetencia, su ignorancia y su desapego a las tradiciones y a la historia que hizo de España una gran nación. Después de 40 años de convivencia, de cerrar heridas, de luchar contra el secuestro y el tiro en la nuca, de trabajar para modernizar España y que la economía nos ofreciera un digno Estado de bienestar, algo ha dejado de funcionar y hemos retrocedido tanto en nuestra historia que ahora lo único que somos capaces de entender es por qué nos destrozamos en el pasado y cómo estamos empeñados en repetir la faena. La sociedad actual, supuestamente más moderna, libre y preparada, se ha anclado en el disturbio permanente, en la corrupción política, económica y moral y en una deriva que estremece. Podríamos decir que se trata de la vida, el tiempo o las circunstancias, pero aquel chico que estudiaba en el Instituto Zurbarán un 23F, mira ahora con estupor la decadencia de un país abandonado a su suerte, donde el analfabeto se abre camino a codazos, el demagogo no da respiro y el pobre mutó en rico como la víctima en verdugo. Aquellos que pretendían ofrecer soluciones se han convertido en parte del problema y parece que es en la tormenta donde se sienten más cómodos. Se ha instalado en el ambiente una pestilencia que ni abriendo las ventanas nos libraremos de ella.