Les voy a contar lo que estoy haciendo en este momento. Es sábado por la tarde, ya ha anochecido, me acaban de decir en un wasap que hay gente por la calle, y los bares y comercios, los que aún quedan vivos, están abiertos, pronto empezarán las cenas y a las doce de la noche, el toque de queda. Estoy leyendo dos novelas, una actual, Panza de burro (absolutamente cautivadora), de Andrea Abreu, y otra de hace más de diez años, León de ojos verdes, de Manuel Vicent, de la que hablaron los Cowboys de medianoche (Herrero, Garci, Torres-Dulce y De Cuenca) en uno de sus espléndidos programas de radio. Y están preparados para volver a ellos en estos días los Mitos y tradiciones de la Navidad, de Pepe Rodríguez, las Cartas de Papá Noel, de Tolkien, las historias de Grisham y tantas otras que hay por casa y, por supuesto, la Antología de Cuentos de Navidad, desde los Hermanos Grimm a Paul Auster. En la tele, Amazon prime me ofrece todo un menú de películas de Navidad y hay una puesta, aunque no le presto atención, pero me gusta, de vez en cuando, levantar la mirada y ver el ambiente navideño. Es una de esas historias sin pretensiones. Estoy recordando a mi hermana: era llegar el mes de noviembre y no se perdía ni una de estas películas, tan llenas de relatos positivos, músicas entrañables, imágenes a cada cual más bella por colorido, decoración y diálogos plenos de buenos sentimientos. Echo de menos a mi hermana. Adoraba la Navidad. No son buenos tiempos para científicos, políticos, periodistas, maestros y sanitarios. Cada cual arrastra su yelmo. No, no son buenos tiempos para la empresa y el anciano, para la ciencia y el joven, para el intelectual y el agorero, sencillamente, porque tenemos miedo, porque estamos más que hartos, porque estamos fatigados de tantos meses de tristeza y mal tiempo, de desesperanza y agujero negro. Hoy no quiero hablar de debates pandémicos ni de porrazos al Estado, hoy solo quiero ser feliz con el olor de rosco de vino y anís de La Antequerana, que ya han llegado, con las calles alumbradas, con el Portal montado, colgando la última bola en el árbol. Faltarán muchos de los nuestros, pero no podemos dejarlos, quedarnos sin Navidad, aunque empiece en naviembre, aunque este año sea diferente. Y no podemos hacerlo porque sabemos que ellos la habrían disfrutado. Como siempre.