Venía casi todos los días. Tras dejar Madrid en el recuerdo y también a ese personaje que la definió durante décadas, Rosa Morena, Otilia Pulgarín de nuevo en Badajoz, venía casi todos los días al López de Ayala. Era un acercamiento curioso, quería comprobar cómo este teatro había remontado el vuelo y también deseaba participar en los acontecimientos culturales que se programaban. Y fue un inmenso y generoso regalo su presencia. Nos contaba muchas cosas de su pasado. Nos emocionaban sus palabras cariñosas hacia el Badajoz que la acogía de nuevo, hacia su virgen de la Soledad, su familia y amigos, hacia sus paisanos. En una ocasión llegó cargada con sus argumentos más rotundos, los documentos que la proclamaban como figura indiscutible de la canción española de una época, como embajadora de su ciudad en los mejores escenarios del mundo ya fuese en Nueva York, ciudad en la que los críticos la premiaron, o en un show de televisión entre Sinatra y Dean Martin. Eran carpetas, carteles, trofeos, fotografías y sus palabras. Nos contaba muchas cosas y nos hizo la confidencia de aquel regreso a los escenarios con el que soñaba.

Una mañana de verano, tras hablar de su primera actuación con apenas ocho años y de la mano del gran Julián Mojedano en una gala a beneficio del Club Deportivo Badajoz que tuvo lugar en la Terraza del López de Ayala, le propuse subir a ver de nuevo ese lugar al que no había vuelto nunca más. Me miró fijamente y sin decir una palabra con la elegancia que siempre tuvo declinó con un pequeño gesto la oferta. Pasó un tiempo y fue ella la que me hizo la propuesta. Estaba lista para subir a la Terraza, quería subir a ese escenario en el que comenzó a ser Rosa Morena y alejarse de Otilia. Subimos y se detuvo el tiempo. En silencio y cayéndole las lágrimas, me dijo: «La Terraza, mi Terraza. La Terraza de Otilia Pulgarín. ¿Cómo iba yo a saber aquella noche que en este escenario comenzaba mi vida?».

* Director del teatro López de Ayala de Badajoz