Por una vez y sin que sirviera de precedente, la restauración de la Alcazaba fue un asunto prioritario, aunque no por motivos estrictamente patrimoniales. Finalmente no se ocupó de ella Leopoldo Torres Balbás, sino el arquitecto de zona, Félix Hernández Giménez. Éste hizo varias visitas a Badajoz y, como era costumbre en él, tomó detalladísima cuenta del estado de conservación del monumento. Sus tomas de datos se conservan en recortes de papel de inverosímil tamaño -eran tiempos de escasez- en el Archivo del Museo Arqueológico de Córdoba, donde fueron depositados después de su fallecimiento, en mayo de 1975.

El primer presupuesto que se asignó a la fortificación badajocense parece haberse gastado en los trabajos previos de toma de datos. Desconozco si se conserva material gráfico, seguro que sí, de los daños causados por la artillería y la aviación de los sublevados. Y también ignoro si la excavación, digamos limpieza, de la Puerta del Alpendiz, dirigida por el Comisario Provincial de Excavaciones Arqueológicas, Jesús Cánovas Pesini, tuvo conexión con el mismo proyecto o estuvo coordinado con él. Todavía queda documentación por estudiar y publicar, pero me consta que en las obras que se llevaron a cabo participó también, de algún modo, el arquitecto municipal Francisco Vaca Morales. Una vez reparados los daños de la Torre de la Atalaya no parece que don Félix hiciera ya mucho, al menos personalmente, fuera de consolidaciones en varios puntos del recinto. Él fue quien descubrió la puerta almohade de El Metido, aunque no profundizase en su excavación. Tenía las ideas muy claras de lo que convenía hacer aquí. En la memoria del proyecto de 1958, el último que preparó, da como prioritaria la eliminación de construcciones parásitas y el vaciado de la «inmensa mole de tierra acumulada como relleno». La dudosa reconstrucción de la Puerta de los Carros se debió ya al también arquitecto Luís Menéndez-Pidal. Todo esto que escribo es más importante de lo que parece y no solo para la historia local. En la de la restauración en España el interés por nuestra alcazaba también jugó un papel muy político. Mientras, a don Leopoldo lo asesinaron, fingiendo un accidente de tráfico.