Julián García Franganillo tenía 12 años cuando en 1957 entró en el Seminario en Orihuela (Alicante). Se ordenó sacerdote el 29 de junio de 1969 en el campo de fútbol de Mérida coincidiendo con una concentración de jóvenes de Acción Católica Rural. Medio siglo más tarde recuerda aquella ceremonia como «única y la más importante en mi vida». Ayer afirmaba que lo mejor que ha vivido «ha sido el cariño de la gente» por todos los lugares por los que ha pasado, desde Azuaga a Jerez de los Caballeros y Salamanca. «Si yo hubiese previsto lo feliz que iba a ser como cura no habría tenido ninguna duda antes de hacerme sacerdote», afirmó. Tal es así que reconoce que su labor en el Seminario durante 11 años, donde fue rector, fueron «más ingratos que estar en un pueblo o en la parroquia». Ahora es vicario judicial.

García Franganillo es uno de los siete sacerdotes de la diócesis que durante el 2019 celebran sus bodas de oro y que ayer recibieron una insignia conmemorativa. Estaban convocados también José Antonio de Abajo Vidal, Mateo Blanco Cotano, José Guerra Durán, Casimiro Lozano, Manuel Seco Corvillo y Antonio Pina Ramos. Además, cumplen 25 años José María Barrantes Gil, Manuel Ruiz Durán y Francisco Javier Moreno Soltero. El homenaje se celebró en el Seminario de Badajoz, en el tradicional encuentro navideño de los sacerdotes de la diócesos. Además del arzobispo, Celso Morga, asistió el obispo de Ávila, José María Gil Tamayo, que recibió un báculo como regalo del presbiterio diocesano.