Los museos tienen ese reconocimiento de espacios singulares, abiertos a la creatividad y a la innovación, en los que se atesora el patrimonio y se promueve la apertura de espíritus y el cuestionamiento constante de ideas y conceptos. Nos ayudan a confrontar el arte con la realidad de nuestro entorno y, sin duda, nos sirven para hacernos preguntas, para salir de nuestra individualidad y para abrir nuestra mente al mundo. Desde muy joven he tenido la suerte de visitar bastantes museos y exposiciones, una circunstancia que, creo, ha fraguado mi personalidad. De algún modo, visitar una zona artística o monumental es algo así como un refugio, que oxigena nuestro cerebro y del que salimos con más energía, con más esperanza y con nuevas experiencias enriquecedoras que siempre llevamos con nosotros. Recuerdo con cariño la primera vez que visité, cuando estaba en el colegio, el Museo Arqueológico Provincial de Badajoz, un centro que, con buen tino, ha recuperado este mes de noviembre sus ciclos de conferencias: un foro para la divulgación y el conocimiento de la historia, el patrimonio y la arqueología. Además, tiene lugar cuando su asociación de amigos cumple treinta años y posee un nuevo impulso de la mano de gente comprometida con la proyección de este centro cultural enclavado en la Alcazaba de Badajoz. Escuchar a un arqueólogo departir sobre un yacimiento y sus hallazgos implica contagiarnos de esa pasión por la arqueología, una disciplina por la que cada vez más personas sienten fascinación. Considero que los museos deben pensar sus espacios y hacerlos más inclusivos, no solo para la infancia sino también para todo el mundo: mayores, personas con diversidad funcional…, alejándose de esa manera de su imagen decimonónica y su visión de un lugar inhóspito, aburrido y excluyente. Si hay un museo que se aleja de esa estampa, de entre los casi mil seiscientos que existen en España, ese es el Helga de Alvear. La ciudad de Cáceres debe a esta galerista y coleccionista alemana, residente en España desde hace décadas, el impulso al museo que lleva su nombre, que ha convertido a la capital cacereña en referencia mundial del arte contemporáneo. Y es que este tipo de arte cada vez atrae a más gente y ha de concebirse como un juego entre los artistas y el público para que se establezca ese diálogo directo y el espectador adopte una actitud activa, de acercamiento a la creación. Porque, como nos recuerda la propia Helga de Alvear, «el arte es un derecho y una necesidad».