El sol se refleja en el estanque como los lomos de las sardinas, la mirada se llena de plata. Deslumbra su belleza de parque que no parece parque, sino bosque, pulmón, escondite, refugio. Mirada. El gusto de mirar. Donde demorarse a la sombra. De descubrir pájaros que no existen en España y con nombres salen en las novelas. De admirar viejos olmos, guinkos bilobas, arces, cedros, robles inmensos Los neuyorkinos no ven las ardillas. Cuando hay alguien fotografiándolas, es extranjero. Para mi son un remake de Chip y Chop, aquellos dibujos animados de los años 70, cuando se doblaba con acento hispano, que siempre andaban almacenando nueces y burlándose del pato Donald. A veces he visto mapaches, con su cara adormilada, trepando a las ramas. Y he olido, el penetrante paso de una mofeta. Los gansos canadienses, las tortugas y los patos joyuyos con sus colores tropicales en el lago, conviven con los músicos que siempre tienen alguien que les escuche , y con los novios que se hacen sus fotos de boda bajo el templete o cruzando ese puente que es un escenario de película. Hay tantas formas de recorrerlo casi como clases de personas. Carriles para los corredores, otros para ir con bici, los que utilizan los coches de caballos y la policía montada, y los senderos sinuosos para perderse un poco, recorridos por personas solas con cara de tener mucho en lo que pensar o por parejas que, de la mano, se detienen a cada poco a darse un beso. Para los que viven aquí el parque es el patio de su casa. Celebran los cumpleaños y las fiestas de compromiso, el paso a la edad adulta de las adolescentes mejicanas con sus coronas y sus vestidos de princesa. Los niños convocan a los amigos de la escuela y cuelgan de los arboles piñatas y banderines. Los fines de semana los chicos juegan al béisbol y los padres hacen hamburguesas para todo el equipo. Hay mesas largas cuajadas de comida de otros países rodeadas de gente que comparte el mismo idioma y el querer reencontrar así un poco con sus orígenes. En las praderas extienden las mantas de picnic, y mas tarde se merienda con cupcakes, mantelitos y servilletas bordadas. Bellísimas mujeres con kimono posan bajo los cerezos en flor cuando llega primavera y se sientan de lado para la ceremonia del te. Hay grupos de treinteañeros que despliegan alfombras, candelabros con velas y cocteleras mientras se hacen fotos que colgar en Instagram. Si me dejan recomendarles un buen plan, crúcenlo bordeando el conservatorio de agua con su géiser central para llegar al Metropolitan Museum y disfruten de las exposiciones, escuchen bajo un árbol algún concierto, flaneen leyendo las placas de los bancos con sus fechas y sus dedicatorias a quienes se sentaron para mirar el mundo desde allí, o donde se pidieron matrimonio, trepen a la escultura de Alicia en el País de las maravillas, para 'conversar' con el sombrerero loco, tómense un Martini o un Bloody Mary mirando los botes de remo, y, si están por allí un viernes, acérquense a cenar, o a bailar un poco de swing en ‘The Tavern on the green’. Seguro que vuelven a casa sonriendo, queriendo retener cada momento, canturreando, como si fueran un personaje mas, de ‘Descalzos en el parque’.