Sintonizando la 103,5 FM, la WJIB, ‘The memories stations’, el locutor desea un feliz lunes, augurando un bonito día. Su voz y su música me ha acompañado estos últimos meses. Me hace feliz. Sus canciones van adheridas al viaje, a las carreteras largas con sus postes de luz y los buzones de metal en los arcenes, a los lagos como espejos, a las ardillas y ciervos atravesando, apresurados, a los cruces de vías, a los semáforos balanceándose, pendidos sobre los carriles. A las banderas en los jardines, y en los cementerios, pequeñas, revoloteando con la vida que ya no es más que recuerdo, al océano suave, descansando entre las islas, y las casas blancas, y los graneros rojos como las hojas que ya se cambian, y del horizonte, que, desde la ventanilla del coche, es ocre, amarillo, naranja… En el norte del norte ya es otoño. Aunque en España siga el calor, con esa luz blanca, de un tiempo lento, perezoso, hastiado de sí mismo, que siempre nos parece que dura más que el año anterior. Este cuaderno lleva fecha de 1 de agosto, aunque en realidad lo que se cuenta empezó un poco antes. Y a ustedes se lo leo, un poco después, cuando los niños estrenan sus mochilas y los padres se despiden con el corazón encogido en la puerta del colegio. Una vez más rompí la promesa de escribir un poco cada día, confiando en una memoria que falla. Así que el relato sale a trompicones, saltando de lugares y fechas. Pero con una música constante. La que siempre tendrá el sabor de este verano. Les escribo una postal que lleva la bruma del mar que desdibuja la mañana y que no deja ver la otra orilla. Las nubes han bajado a confundirse con ella y ya todo es dulce y gris. La leña de anoche se ha consumido. Igual que los días que han pasado en un soplo, una bocanada ligera de aire fresco, pero a la vez confortable como una bata de franela vieja que ya conoce tu cuerpo. Mi respiración y el sueño se ha acomodado al ritmo de las olas, las mareas han marcado los pocos quehaceres. Los descubrimientos han sido discretos, sin alboroto. Al volver a casa, buscaba información que completara la sensación que cosquilleaba al recorrer un pueblo nuevo, aparecido tras una curva o una desviación equivocada, sin querer. Ver documentales, leer artículos y biografías después, me ha hecho disfrutar dos veces, me ha hecho, incluso, volver, y volver a mirar. A veces no ha pasado nada. Solo las páginas de los libros que han venido conmigo en la maleta y se quedan aquí, acabados. Huérfanos. Algún día quizá alguien los descubrirá en un mercado de segunda mano, con una firma ilegible y «un verano 2023» garabateado en español. Abro la primera página y, con ella, las puertas del aeropuerto JFK de Nueva York. ¿Vienen conmigo?