La barriada pacense de la UVA, también conocida como las Ochocientas o Santa Engracia, es un ejemplo indiscutible de que lo provisional acaba convirtiéndose en definitivo. UVA son las siglas de Unidad Vecinal de Absorción y nació como una solución provisional -«habitacional», que diría la ministra extremeña María Antonia Trujillo- para facilitar viviendas a familias que serían reubicadas en otras definitivas. Sus materiales de construcción fueron los propios de una medida temporal, con sus techos de uralita. Este barrio interino nació en 1964 a diez años vista. En 2024 cumple 60 años y las Ochocientas sigue existiendo como una barriada de Badajoz con unas características que -aunque muchas de sus casas han sido adaptadas y mejoradas- conservan su carácter eventual y convierten sus calles en inaccesibles, con pendientes, escalones y árboles cuyas raíces se han ido abriendo paso por encima del subsuelo.
En 2002, el entonces alcalde, el popular Miguel Celdrán, quiso sacar adelante una actuación urbanística para salvar los inconvenientes de este barrio y reconvertirlo en un espacio sin barreras arquitectónicas, lo que implicaba derribar las casas unifamiliares y construir bloques de pisos. Los vecinos se negaron y aunque han sido varios los proyectos, los estudios y los anuncios de reconversión en un entorno accesible, la realidad aplastante es que sesenta años después la UVA sigue existiendo con su configuración original y sus problemas acrecentados. Y lo que es peor: parece que a nadie le preocupan.
Hace más de ocho meses se vino abajo un muro de contención en la calle Tajo. Ocurrió antes de Navidad. El vecino de la casa más próxima dio el aviso y acudieron los bomberos y la Policía Local de Badajoz. Colocaron 24 vallas de las que solo quedan cuatro, porque alguien se las lleva para venderlas como chatarra. Cuando en marzo este afectado dio la voz de alarma, este diario preguntó en el ayuntamiento, como Administración más cercana, qué pasaba con este derrumbe, si se iba a arreglar. La primera respuesta, provisional, fue que creían que era responsabilidad de la Junta, como finalmente así es, según reconoce ahora la Consejería de Infraestructuras, Transporte y Viviendas.
Las elecciones estaban a la vuelta de la esquina y el portavoz socialista y entonces candidato a la alcaldía, Ricardo Cabezas, acudió a respaldar la denuncia de aquel vecino. No hubo reacción alguna por parte del ayuntamiento ni de la Junta, a la que compete el arreglo. El resultado electoral fue que el PP se ha mantenido y reforzado en el ayuntamiento con mayoría absoluta y, además, se ha hecho con las riendas del gobierno regional. Esto ya es otro cantar: el mismo partido en Badajoz y en Mérida. La consejería, ahora popular, no ha desperdiciado la ocasión llegado este momento para culpar al gobierno regional anterior de inacción con el problema de la calle Tajo. Aseguran desde la nueva Junta que sus predecesores no atendieron las peticiones del consistorio para poder actuar en la zona y que los de ahora están dispuestos a reunirse para dar una solución a estos vecinos. Bien está el reproche si sirve para que finalmente el muro se repare. Aunque no era necesario llegar a este extremo. Si es verdad que el ayuntamiento no obtuvo respuesta de la anterior Junta, podría haber actuado por su cuenta. Algún mecanismo habrá que lo permita. Lo está haciendo en la calle Menacho con una avería que no es suya. Si el muro se hubiese caído en Santa Marina o en Sinforiano Madroñero otro gallo cantaría. Y se quejaba el PP del socavón de la carretera de Cáceres, que ha tardado siete meses en solucionarse. Claro que esta carretera une dos capitales de provincia, mientras que la calle Tajo nadie la ubica. Son pocos los vecinos afectados y delante de ellos tienen un muro que difícilmente se vendrá abajo: el de la indiferencia.