Estos últimos días de asfixiante calor en Badajoz, en los que esta ciudad ha llegado a marcar la máxima temperatura en el ámbito nacional (hasta 44,7 grados), habrán sido muchos los pacenses que, obligados a salir de sus refugios a horas intempestivas, han tenido que modificar sus recorridos habituales para ir enlazando sombras, ante el temor de perecer abrasados. Sin ir más lejos, una compañera que se las ve y se las desea cada tarde para encontrar aparcamiento en el centro, cuando tiene que atravesar la plaza de San Atón por ser la ruta más directa hasta el lugar de trabajo, intenta cambiar el itinerario aunque deba caminar mucho más, para no tener que cruzar semejante planicie y evitar así que las suelas de sus zapatos se derritan al pisar las baldosas incandescentes. Bendita cabeza pensante la que ideó semejante atropello urbanístico cuando decidió convertir un espacio privilegiado como era el que ocupaba el antiguo seminario diocesano, en un lejío al solato sin pizca de sombra, salvo en la terraza del pequeño quiosco que funciona a la hora del desayuno y la cerveza.

Desde el ayuntamiento pueden seguir insistiendo, por activa y por pasiva, en que no cabe ninguna solución que dé frescor a esta plaza, un extenso y céntrico paraje en el que sí sobreviven las pirámides de flores y los verdes arriates, pero no los árboles con porte suficiente para aportar sombra. Estoy por preguntar a mi vecino de enfrente cómo es posible que en su azotea, con tres pisos por debajo, sobreviva una enorme y esbelta palmera en un minúsculo macetero y, sin embargo, entre las privilegiadas y experimentadas mentes de los servicios municipales de Medio Ambiente o de Vías y Obras aún nadie haya encontrado la fórmula para que San Atón tenga sombra: con palmeras en maceteros, con especies arbóreas de mermadas raíces, con sombrillas, con toldos o con enredaderas que cubran ligeras pérgolas.

El alcalde, Ignacio Gragera, puede insistir en que en Badajoz hay muchos árboles. Nadie lo pone en duda. Muchos no es sinónimo de suficientes. Todos son pocos si de lo que se trata es de bajar la temperatura que se soporta en esta ciudad buena parte del año. Si la nefasta experiencia de San Atón no era ejemplo suficiente, ahora resulta que el famoso corredor verde, ese macroproyecto que cambia por completo la fisonomía de la calle Stadium, no contempla la plantación de árboles en sus senderos. Un corredor de color verde que no incluye árboles. Más que un acertijo es un sinsentido. La explicación está en la Ley de Patrimonio, que obliga a dejar libre la muralla para poder contemplarla en toda su amplitud y dimensión sin obstáculos que perturben la visión. Gragera ha hecho suyos estos argumentos, que ha defendido la asociación Cívica Ciudad de Badajoz, como no puede ser de otra manera, porque la ley es la ley. El propio alcalde cita de ejemplo otros tramos de la muralla, como el del parque de Puerta Pilar o el de los Sitios, donde no se puede contemplar con la misma claridad y nitidez por el arbolado y el mobiliario urbano.¿En estos tramos la ley no tiene que cumplirse? La explicación de la Cívica es clarificadora cuando celebra que éste sea el primer trozo de muralla que se pueda observar sin elementos distorsionadores. Y tira la piedra: «Nadie en su sano juicio pediría que se plantaran árboles dentro del Teatro Romano de Mérida o delante de las murallas de Ávila, ¿por qué sí delante de la muralla de Badajoz?», e invitan a conocer las murallas y los fosos de Ciudad Rodrigo, Pamplona, Ávila o Elvas. Para rematar sus reproches, este colectivo corrige a las cabezas pensantes que pusieron nombre al proyecto, porque será un corredor, pero no verde. Mejor hubiesen hecho en llamarlo corredor abaluartado o monumental. Puestos a elegir nombres, quizá el más apropiado sería corredor achicharrado. Chitón en boca a los abulenses, pamploneses o mirobriguenses que -ellos sí- pueden pasear pegados a sus murallas sin temor a insolarse.