Pudo haber novedades anteriores a Alarcos, está por ver y es teóricamente posible, pero fue el desastre castellano en esa batalla el que dio lugar a un frenesí por adelantarse y prepararse para soportar el inminente mazazo final del califato almohade. Puede entenderse que el complejo funcionamiento del imperio magrebí no permitió a su monarca explotar el éxito todo lo que le hubiera sido deseable. Recuperó una porción de territorio, sobre todo en las actuales Extremadura y Castilla-La Mancha y algunas plazas de gran valor -por ejemplo, Calatrava la Vieja y Trujillo-, además de afianzar el dominio sobre Cáceres y de asegurarse el control de Badajoz. Pero regresó a Marraqués y Alfonso VIII pidió treguas. Y ese respiro lo aprovechó este soberano para prepararse a resistir. Era evidente que los unitarios iban a volver con toda su fuerza, que por entonces era enorme, y el reino podía hundirse. Algún investigador ha hablado de una posible e hipotética reconquista árabe de la península Ibérica, de haberse producido. Y los colegas cristianos del castellano intentaron aprovecharse de su situación combatiéndolo, para saciar antiguas reivindicaciones. Y, el primero de todos, el primo leonés, Alfonso IX, aliado incondicional de los norteafricanos. Me río de la propaganda -ciencia no es- que habla de bloques religiosos enfrentados: cristianos contra musulmanes. Intereses, solo intereses.

Una parte muy destacada de la preparación requerida para defender Castilla era la reparación de los recintos de sus castillos y plazas fuertes, para poner sus fortificaciones en estado de revista. Y, sobre todo, de aquellas plazas que estaban en ‘primera línea de fuego’. Entre ellas Talavera y, naturalmente, Toledo, que había sido durante un siglo largo un auténtico rompeolas contra el que se estrellaron, una tras otra, las casi incesantes acometidas de los ejércitos árabes de uno y otro signo. Se salvó por los pelos. El propio papa, Inocencio III, predicó una cruzada, más de resistencia que de ofensiva, para recabar apoyos. El proceso se reflejó de un modo muy patente en las obras defensivas emprendidas por entonces y, claramente, en sus innovaciones técnicas. Hubo que poner toda la carne en el asador.