No hay nada que celebrar. No salvan, ni alivian dolor, los lazos violetas, los encuentros para comer del grupo del gimnasio ese día, los esta tarde tu no haces nada, de la cena y los niños me ocupo yo, los descuentos en las consumiciones del bar, los mensajes de hoy es tu día. La historia hay que recordarla para no estar condenados a repetirla. Para que no se tergiverse el futuro, hay que conocer, hay que tenerla presente. Para desviarse del mal camino, hay que empujar, presionar hasta torcer las normas, rehaciéndolas. Para que cese el miedo, el daño, la explotación, la persecución y amenaza, la violencia presenciada por los hijos, los asesinatos, hay que denunciar, gritar basta, no mirar hacia otro lado. Para que nuestros hijos no reproduzcan conductas de sus padres, abuelos… hay que educar, educar, educar. Para saber cuan privilegiadas somos, en algunos aspectos, hay que observar a las mujeres de otras partes del mundo. Para ayudarlas, hay que cooperar, invertir en sus territorios para impulsar los cambios. Hay que saber que esos ‘privilegios’ o esos derechos conseguidos pueden ser revertidos, pueden perderse y volver atrás. Hay que saber que hay mucho que hacer, aún, aquí, en casa. Para asegurar que nuestras hijas, nietas… puedan vivir seguras, y en igualdad. Para honrar la lucha, los sacrificios, la vida y la muerte de quienes nos precedieron y consiguieron remover las conciencias, promover mejoras, conseguir lo que actualmente disfrutamos: En marzo 1857, las trabajadoras de una fábrica textil de la ciudad de Nueva York se manifestaron por las duras condiciones de trabajo, cuando, además, las obreras solían percibir menos de la mitad del salario que el de los hombres. Las protestas terminaron con la intervención violenta de la policía, pero aquella manifestación sentó un primer precedente. Cuando paseas por el Village, en las inmediaciones de la librería Strand, una placa de bronce recuerda que en aquel edificio había una fabrica textil, en el que 25 de marzo de 1911, 146 trabajadoras textiles, mujeres inmigrantes de Europa, perdieron la vida en un incendio, sin posibilidad de escapar porque los propietarios habían sellado las puertas de emergencia que pudieran utilizar los trabajadores para hacer pausas en las jornada de trabajo. He visto flores en el suelo, y mujeres rozando con sus dedos aquella fecha manchada de sangre. A finales de febrero de 1917 se levantaron las trabajadoras rusas, como reacción ante los dos millones de soldados rusos muertos en la guerra, a su situación laboral, y se pusieron en huelga demandando «pan y paz» y exigiendo su derecho al voto. El Zar abdicó, y el gobierno provisional concedió el voto femenino el 8 de marzo, según el calendario gregoriano. Un itinerario cuajado de tragedias y también de fuerza y esperanza. Un largo viaje que aún no se ha recorrido por entero. El Foro Económico Mundial ha declarado que aún faltan 170 años para cerrar completamente las brechas de género. ¿De verdad vamos a esperar tanto, vamos a consentir que tantas se queden en el camino, de verdad no vamos a poder trabajar juntos, hombres y mujeres, para conseguir vivir en paz y en igualdad? A la calle que ya es hora. Cada día es 8 de marzo.