Opinión | LA ATALAYA

Afinando (XII)

Pues sí. La clave de todo el cambio descrito en anteriores columnas se llamó “trabuco” –“trebuchet”, en francés-. Era una balista muy pesada, de un mecanismo sencillo. Se trataba de un brazo de palanca con un gran contrapeso que se soltaba de una vez y daba lugar a la propulsión de un proyectil de piedra. El límite de su tamaño lo marcaba un largo brazo, aunque, por motivos comprensibles, el uso de madera imponía sus restricciones, por mor de la resistencia y de la disponibilidad de materiales adecuados. Pero el resultado final era el lanzamiento de un bolaño de unos 400 kg a cerca de 350 metros de distancia. El impacto era brutal. Capaz de reventar de un golpe cualquiera de las torres de una muralla. Ninguna de las máquinas de guerra conocidas había alcanzado tales proporciones ni capacidades, antes, claro está, de la aparición de la piroartillería. En realidad era un aumento de las piezas usuales de artillería de torsión. Los arquitectos castrenses hubieron de replantearse la forma y la consistencia de sus teorías. Más o menos por esas fechas los emperadores bizantinos de la dinastía de los Comnenos decidieron rectificar el extremo NO del recinto de la imperial Constantinopla y lo hicieron modificando la planta y el tipo de sus defensas. Levantaron unas enormes torres abarlongadas -digamos elipsoides- completamente desprovistas de cámaras internas y con una amplia superficie en su azotea. Se trataba de resistir el impacto de los trabucos y de poder colocar allí artilugios parecidos, para actuar como contrabatería.

Semejante avance corrió como la pólvora. Iba en ello la seguridad de las plazas, si bien podemos aún hoy percibir diferencias formales entre el norte y el sur del Mediterráneo, según la organización de cada principado y la vía de recepción. Ricardo I, con un regreso a sus dominios tan accidentado como su viaje de ida a Palestina, levantó la que pasa por ser la primera fortificación europea occidental donde se reflejó lo experimentado en Oriente Medio: el famoso Château Gaillard, en Normandía. También se trajo, y así consta en los documentos, un contingente de soldados árabes para combatir a su lado. No todo es fantasía en las películas de cruzados y Sean Connery.