Opinión | EL EMBARCADERO

La salud emocional de la juventud

No hace falta ser un especialista en psicología para deducir que los confinamientos tuvieron un impacto en todas las personas aunque fueron los adolescentes y jóvenes uno de los colectivos más afectados. No fue fácil aceptar que te encerrasen en casa cuando se empezaban a desarrollar tus actitudes, tus visiones del mundo, tus aproximaciones a la realidad o tu composición de lugar. Quienes ya tenemos cierta edad hemos vivido esa etapa de tránsito y, por experiencia, sabemos lo complicado que puede llegar a ser. Mucho más si te dicen: enciérrate en casa. Por consiguiente, existe una preocupación acerca de miembros de esa generación que han sufrido, por culpa de la pandemia, fracturas emocionales profundas, que han desestabilizado su capacidad para aproximarse con normalidad a lo que significa la cartografía de los sentimientos, que todos hemos tenido cuando éramos jóvenes y nos adentramos en la edad adulta. Este hecho se traduce en el afloramiento de casos que afectan a su salud mental: depresión, ansiedad, intentos o consumación de suicidio, acoso escolar, ‘ciberbullying’, etc. Ahí encontramos las recientes historias de las gemelas de Sallent o el intento de suicidio de un adolescente con autismo en Tarragona. Se trata de un grave problema que debe ser abordado con determinación no solo por los poderes públicos, mediante por ejemplo una atención sociosanitaria adecuada, sino también por toda la sociedad en su conjunto. Y en esa respuesta considero que ha de ser tenido en cuenta como elemento añadido el impacto de la tecnología y las redes sociales, las muchas horas que pasan frente a pantallas y que crean algo así como burbujas de identidad, un universo en el que la propia imagen, el éxito y las dinámicas competitivas provocan un desajuste entre lo que representan esas imágenes y la realidad. Una posible manera de aliviar esa crisis emocional de nuestros jóvenes se podría ubicar, a mi juicio, en la aminoración de esos modos de interacción a través de las redes sociales y en la potenciación de más espacios de socialización compartidos, tanto con iguales como con padres y madres, mediante una verdadera comunicación intergeneracional. Nunca fue una buena idea refugiarse en el castillo interior ante contextos complejos y menos en esas etapas de la vida. Las personas jóvenes han de abrirse al mundo, buscar entornos seguros y dos posibles caminos para ello pueden hallarse en la educación afectiva y emocional y en formas de socialización colectivas.