Opinión | la atalaya

Afinando (VIII)

El siglo XX, la difusión del cine, nos ha hecho percibir la Historia de un modo distinto al que tuvieron nuestros antepasados. Y todo porque a la representación de los sucesos le hemos puesto imágenes animadas. Es evidente para todas las épocas, pero mucho más conforme vamos retrocediendo en el tiempo. Y, por supuesto, lo es para la Edad Media. Todos llevamos en la retina reconstrucciones de batallas y castillos con escenas que, a fuer de impactantes y difundidas, se antojan fabulosas. Falsifican lo que fue la realidad. Y hago este preámbulo para explicar el problema técnico de los rastrillos y de su uso para proteger vanos en los recintos amurallados. Ya saben, un rastrillo es un enrejado que se colocaba, generalmente en un acceso, y que se subía o bajaba mediante un torno. No era un elemento fácil de instalar. Requería una sólida estructura de apoyo y, en las puertas, una doble cámara superpuesta -buharda-, pero no se adhería a la cara externa del hueco. Iba encastrado y se deslizaba por unas acanaladuras laterales en el pasillo, corto o largo. Y, además del soporte arquitectónico, tenía el problema de su manufactura. Lo usual era armarlo con madera muy dura y recubrirlo de chapas de bronce o hierro. Resultaba fundamental hacer casi imposible su combustión. Los rastrillos están muy atestiguados en las fortificaciones romanas de Oriente -no quiero ir más lejos-, pero parecen haber caído en desuso en Occidente, poco a poco. Quizás por su inutilidad, cuando los enfrentamientos militares se resolvían en campo abierto y no mediante asedios. Las versiones de hierro fundido o forjado no estaban al alcance de cualquier tecnología y fueron raras. Y las de madera chapada desaparecieron. De unas u otras poseemos constancia por la preservación de los mechinales o de los canales de su instalación.

Por eso me he referido al llamado Puente del Cadí, de Granada, como inicio de un cambio de situación. Bien es cierto que el paso del Darro lo cerraba una doble reja fija. Pero es que no hay, vuelvo a insistir en la necesidad de demostración arqueológica, nada parecido ni ningún rastrillo en al-Andalus. En el norte peninsular neogótico, tampoco. Me refiero a antes del siglo XII, como pronto.