Opinión | EL EMBARCADERO

Elogio de la inactividad

Es posible disminuir nuestro ritmo diario de tareas y ocupaciones cuando vivimos en sociedades en las que no paramos de exigirnos y de hacer, en términos de rendimiento, bajo la creencia de que «nos estamos realizando»? Me planteo esta cuestión a raíz de un libro que acaba de publicarse en España y que invita a dejar de producir, a valorar el tiempo de inacción: ‘Vida contemplativa. Elogio de la inactividad’. En él su autor, el filósofo y ensayista surcoreano Byung-Chul Han, incide en cómo vemos la inactividad como un déficit cuando se trata, muy al contrario, de una interesante capacidad que nos proporciona cuantiosos beneficios para nuestra salud física y mental. Tal vez una de las mejores maneras de afrontar la multicrisis actual, con sobredosis informativa incluida, y de detener nuestra explotación y la destrucción de la naturaleza se encuentra en el diseño de una nueva forma de vida, que contenga momentos contemplativos. Sobre el papel esto queda muy bien, casi todo el mundo estaría de acuerdo; sin embargo, llevarlo a la práctica tiene sus complicaciones, cuando el día a día nos ahoga y nuestra existencia está absorbida por la actividad. Byung-Chul Han, que fue trabajador de una metalurgia en Corea del Sur y luego se marchó a Alemania, donde estudió Filosofía, se ha convertido en uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo y nos hace reflexionar acerca de cuestiones próximas. Ya en el título de otro de sus ensayos nos lo dice todo: ‘La sociedad del cansancio’. De cualquier manera, considero que tiene toda la razón al expresar en su última obra que no hacer nada es de las cosas más productivas que existen para uno mismo. Seguramente por eso, dejar de hacer y decir que no es una acción muy recomendable, a medio camino entre el misticismo y el activismo antisistema. «Decir no» es otra de esas premisas fundamentales para preservar la energía y la paciencia. Desde luego que resulta muy positivo dedicar tiempo y atenciones a los demás pero cuando la buena disposición se transforma en esclavitud, entonces, ha llegado el momento de replantearse la situación. Ya lo decía Cicerón: «La costumbre de decir sí me parece peligrosa y resbaladiza». Responder no a una situación abusiva, ponerle freno antes de que todo empeore, es un ejercicio valiente y muy liberador. Mal que nos pese, tenemos que hacernos respetar, no estar supeditados a los demás, al mismo tiempo que descargar de actividades nuestras pesadas agendas, saturadas de obligaciones, algunas de ellas acaso autoimpuestas. La ociosidad tiene, por qué no afirmarlo, un punto de magia, de luz… Como nos dice Han, la inactividad es una forma de esplendor de la subsistenciahumana y, en su último libro, nos hace un claro llamamiento aparar, esto es, a abandonar esta hiperactividad capitalista –o al menos a reducir el ritmo acelerado– para recuperar el sentido de nuestras vidas, el equilibrio y la riqueza interior.